
En el desequilibrio de los mares,
las proas giran solitarias…
En una de las naves que se hundieron
es que ciertamente vos venías.
Yo te esperé todos los siglos
sin desesperación y sin disgusto,
y morí de infinitas muertes
guardando siempre el mismo rostro.
Cuando las olas te llevaron
mis ojos, entre aguas y arenas,
cegaron como los de las estatuas
a todo lo que les es ajenas.
Mis manos se detuvieron en el aire,
se endurecieron, con el viento,
perdieron el color que tenían,
y el recuerdo del movimiento.
Y la sonrisa que yo te llevaba,
se desprendió y cayó de mí:
solo tal vez ella aún viva
dentro de estas aguas sin fin.
Cecilia Meireles, poetisa, profesora y periodista brasileña. (1901-1964)