Jarrón y tempestad

Como descenso por la flor desapacible
Todos los equipajes
Más ligeros que la eternidad de las víctimas
Se dispersan en el mar de los astros de lana verde.
Las fronteras, la trompeta arcaica, el río circular
Los veloces juguetes de la felicidad, sobre todo
La unidad del error.
Todo menos frágil que la eternidad de las víctimas.
No ha llegado a la retina el enjambre que anima el amor
Ni el sol bajo el oro místico distante a la pasión de volar.
La circulación del ácido en la heredad florida
El puente de cieno, las bridas del horizonte
que se ciernen sobre la enorme marea en la encrucijada sin tiempo
El leviatán desde lejanas horas
Devorando el vidrio de la caligrafía, sus benditos perfumes.
Todo más espeso que la eternidad de las víctimas.
Tal vez los ellos, tal vez las letras en ese jarrón de flores
Atraviesen el sueño del barco perdido
Hasta el puerto todo carcasa en su comienzo marino
Abrazados en la ruta de los ritos
Eternidad de la inmovilidad parapetada
En el cielo delirante donde duerme
Llora, avanza, ama, se exilia lo exiliado de la verdad
Y se abriga el frío de las ardillas que se esconden
Como barco de papel ante la tempestad de las maderas.
Nada tan evidente como la eternidad de las víctimas
Trasparente como la amenazadora belleza de la flor.

Guadalupe Grande, Madrid 1965-2021, poeta, ensayista y crítica española.

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