Reflexión pasajera de una noche de soledad

Sonreírme en el espejo
de un sonámbulo autobús en mi Madrid ambiguo
y soñarte, efímera, sin apenas intención.
Miré por aquella ventana ajena
esperando a mi princesa entre la cohetería.
Pero no estaba allí.
Amarte y no tenerte, desbordando tristeza,
desesperándome cada mañana al despertarme sin ti.
Desesperado, encontré en mi onírico cobijo
el último resquicio para abandonar mi cruel soledad;
y al final te encontré
susurrando a mis recuerdos una íntima fantasía,
desvelando una última mirada surrealista
que liberó mi pasión infinita en tus ojos inmensos.
Ven conmigo, cielo. Dame una buena razón
para no besar tus labios de miel esta noche.
Ven, no tengas miedo. Disfrutemos del embrujo y la locura
nocturna.
Te quiero. Hoy está más claro que nunca,
el mínimo recuerdo de aquellas sonrisas de fin de otoño
rebosa de existencia.
Esta noche he deseado perderme entre tus brazos,
soñar con el abrigo de una caricia entre las campanadas,
bailar contigo toda la noche hasta morir,
desafiar al frío y a las distancias,
comerte a besos al amparo de las estrellas
dejándome caer por los relieves de tu pelo hasta contemplar
que eran ciertos los oscuros rumores,
que mi perdición completa sólo está en tus labios.

Juan Ignacio López Carbonero