En este lugar es sobrio el color

gorriones

En este lugar es sobrio el color
de los pájaros
-tordos, gorriones, alondras-,
excepto a veces
el de la abubilla y el jiguero
o algunas lavanderas
a la orilla del río.
Bosques de cardos
invaden las cunetas
este verano, enormes,
de infinitas variedades y formas.
Me gustan
los que al final del tallo
-sólo una varilla delgada-
abren su botón de luz
y hacen ese ruido al secarse,
cuando al atardecer los mueve
el viento. Esa luz
y esa música. Crepitan.
En casa, en la pared,
hay dos mujeres, una se llama
Elena, tiene un lazo
en la blusa y los ojos más tristes
que conozco. La otra
se sienta al borde
de la cama en una habitación
de hotel. Ha leído
una carta que conserva en las manos,
sobre las rodillas.
Son tan distintos
el gorrión y la alondra,
pero yo amo la pureza
del silbido del tordo,
sobre todo en invierno;
están en las antenas
un poco alicaídos o barbudos
y silban en el aire
transparente. La tierra
entonces es marrón
y ni sauces ni almendros
tienen hojas

de Ella, los pájaros

Olvido García Valdés, nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950.

Recordar este sábado

ojo de lobo

Recordar este sábado:
las tumbas excavadas en la roca,
en semicírculos, mirando
hacia el este,
y la puerta de la muralla abierta
a campos roturados, al silencio
y la luz del oeste. Necesito
los ojos de los lobos
para ver. O el amor y su contacto
extremo, ese filo,
una intimidad sólo formulable
con distancia, con una despiedad
cargada de cuidado.
Así, aquella nota, reconocer en ella
la costumbre antropófaga, un hombre come
una mujer, reconocer
también la carne en carne
viva, los ojos y su atención extrema,
el tiempo y lo que ocurrió.
Alguien lo dijo de otro modo: creí
que éramos infelices muchas veces; ahora
la miseria parece que era sólo un aspecto
de nuestra felicidad. La dicha
no eleva sino cae
como una lluvia mansa. Recordar
aquel sábado en febrero
tan semejante a éste de noviembre.
Cerrar los ojos. Fatigarse subiendo,
tú sin voz,
con un cuaderno en el que anotas
lo que quieres decir.
La no materialidad de las palabras
nos da calor y extrañeza, mano
que aprieta el hombro,
aliento cálido sobre el jersey.
Para el resecamiento un aljibe de agua,
los ojos de los lobos
para ver. El contexto
es todo, transparente
aire frío. Aproximadamente así:
campesinos del Tíbet
sentados en el suelo, en semicírculos,
aprendiendo a leer al final del invierno,
cuando el trabajo es poco, se trata
de una foto reciente, están
muy abrigados; o una paliza
de una violencia extrema
a un muchacho, y que el tiempo
pase, que cure, como una foto antigua.
Tres mariposas, a la luz de la lámpara,
han venido al cristal.

De «Caza nocturna» 1997

Olvido García Valdés, nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950.

A Miguel

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Te habías quedado todo el día
allí, de pie, mirando las montañas,
y era, dijiste, alimento
para los ojos, corazón
quebrantado. Yo pasaba, parece,
en el atardecer,
andando en bicicleta por un sendero.
Lo cuentas y quedo contemplándolo
con esperanza, una buena esperanza
nodriza de la vejez. Yo lo llamo
dulzura, la música dulzura que conforta
o hidrata la aspereza. Algunos niños
cercanos al autismo, cuando crecen,
imprimen o padecen movimiento
constante, un ritmo de hombros
ajeno a cualquier música, latido,
circulatoria sangre propia, sin contacto.
Sólo a veces sus ojos buscan
engañosamente; no hay dulzura
ni aspereza, un sonido
interior los envuelve, sangre roja.
Contemplo las montañas de tu sueño,
busco en ellas tus ojos.
Y escruto, sin embargo, el corazón,
las junturas y médula, los sentimientos
y pensamientos del corazón. Nada hidrata.
Nada amortigua. Escrutar es áspero
y no lame. Las horas últimas
de la vigilia: sabia
la disciplina monacal que impone
levantarse a maitines. Enjugar,
sostener, confortar: mirar la noche.
Volver al corazón. Entonces ya la música
es azul, azul es la dulzura. Pedir.

De «Caza nocturna» 1997

Olvido García Valdés, nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950.

El corazón del agua

playa moliets
fotografía de María J. Leza ©

Remos, mareas, olas.
Un murmullo impreciso perpetúa
la oculta faz del imposible aliento.

Una gota de sal disuelta llama
sobre un pecho pretérito
buscándote.

Un párpado de luces diminutas
donde tus dedos tocan el azogue.

Un latido oxidado que penetra
y lame y teje y corta claridades.

Sólo existir perdido
donde el agua
multiplica su rostro en otras ondas.

De «Canon» 1973 – Premio Ocnos 1973
Edit. Llibres de Sinera

Jaime Siles Ruiz (Valencia, 16 de abril de 1951) reconocido filólogo, políglota, poeta, crítico literario, traductor y catedrático universitario español

La caída del Ícaro

verde pasarela

1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Los atardeceres se suceden,

Cézanne elevó la «nature morte»
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Vida es emoción.
Pero quedará de vosotros
lo que ha quedado de los hombres
que vivieron antes, previene Lucrecio.
Es poco: polvo, alguna imagen tópica
y restos de edificios.
El alma muere con el cuerpo.
El alma es el cuerpo. O tres fotografías
quedan, si alguien muere.

También un gesto inexplicable,
discolo para los ojos, desafío,
erizado. Cuerpo es lo otro.
Irreconocible. Dolor.
Sólo cuerpo. Cuerpo es no yo.
No yo.

Lo quieto de las cosas
en el atardecer. La quietud,
por ejemplo, de los edificios.
El ensombrecimiento
mudo y apagado.

Como ojos,
dos piedras azules me miran
desde un anillo.
Los anillos
cuidadosamente extraídos
al final.
Como aquél de azabache y plata
o este otro de un pálido, pálido rosa.
Rostros y luces
nitidamente se reflejan en él.

En la noche corro por un campo
que desciende, corro entre arbustos
y choco con algo vivo
que trata de ovillarse, de encogerse.
Es un niño pequeño, le pregunto
quién es y contesta que nadie.

Esta respiración honda
y este nudo en la pelvis
que se deshace y fluye. Esto soy yo
y al mismo tiempo
dolor en la nuca y en los ojos.

Terminada la juventud,
se está a merced del miedo.

2
Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.
Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
Un cuerpo solo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.

Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.

De «Exposición» 1979

Olvido García Valdés, nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950.

Cuando la nieve va a llegar…

paisaje nevado

Cuando la nieve va a llegar, se oye
Un silencio en los campos,
Un silencio en los cielos.
Luego, van descendiendo gruesos copos,
Los sientes en el rostro como un don
Y te vas despertando a nueva vida.

Avanzas en lo blanco lentamente,
Avanzas con el peso de lo negro
Que siempre hubo en ti,
Con lo que hiere y duele y nos enferma,
Con todo el mal que en siglos hemos hecho,
Con todo el mal que en siglos nos hicieron.
Mas, poco a poco, se aligera el cuerpo
Y el alma, extraviada en lo blanco,
Espacio es de sí misma.

¡Paraíso en la nieve!
Al fin, ya todo es blanco
En lo negro del hombre.
Hasta el aire tan frío que respiras
Te parece de fuego.
Y allá donde se posan tus dos ojos
La luz es una zarza que llamea,
Oímos el crujido de la luz.

Antonio Colinas, La Bañeza, León 1946. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Hay sueños que no mueren

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obra de Omar Ortiz

Hay sueños que no mueren. Se empeñan
en ser sueños.
Ajenos a la comba de la esfera
y a las operaciones de los astros,
trazan su propia órbita inmutable
y, en blindadas crisálidas, se protegen
del orden temporal.
Por eso es que perduran:
porque eligen no ser.
Negándose se afirman,
rehusando se mantienen, como flores de cuarzo,
indestructibles, puros, sin dejarse arrancar
de su dormiente ínsula.
Intactos en el tiempo,
son inmunes a la devastación
que en cada vuelta acecha, inhumana,
a la pasión que exige y que devora,
a la desobediencia y extravío
que en los vagabundeos centellean.
Monedas que el avaro recuenta sigiloso
nunca salen del fondo del bolsillo.
No ambicionan. No arriesgan. No conquistan.
No pagarán el precio del fracaso,
la experiencia, la determinación,
la ebriedad o el placer.
Sólo son impecables subterfugios.

(De Punto umbrío).

Ana Rosetti, Cádiz 1950. Es una de las voces femeninas más exuberantes de la literatura española. Ha dedicado su vida a las letras escribiendo no sólo poesía sino libretos para ópera, novela y diversas obras en prosa.
Ha obtenido varios premios importantes como el Gules en 1980, La sonrisa vertical de la novela erótica en 1991, y Rey Juan Carlos en 1985 por su obra «Devocionario». Fue distinguida con la Medalla de Plata de la Junta de Andalucía.
Obra poética: «Los devaneos de Erato» en 1980, «Dióscuros» en 1982, «Indicios vehementes» en 1985, «Apuntes de ciudades» en 1990, «Virgo potens» 1994, «Punto umbrío» 1995 y «La nota de blues» 1996.

Daimon Atopon

omar ortiz chica brazos en alto
obra de Omar Ortiz

I
Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.

Te ocultas en los ríos,
en las hojas de piedra,
en las lunas heladas.
Vives tras de las venas,
al borde de los dientes,
invisible en la sangre, desnuda, de la aurora.

Te he visto muchas veces arder en los cristales,
saltar en las pupilas,
consumirte en los ecos de un abismo innombrable.

Tu sombra me dio luz,
acarició mi frente,
se hizo cuerpo en mi boca.
Y tu mirada quema, relámpago de hielo,
humo en las cejas,
lava.

II
Árbol de olvido, tú,
cuerpo incesante,
paloma suspendida sobre el vértigo.
Hay una sal azul tras de tus cejas,
un mar de abierto fuego en tus mejillas
y un tic-tac indecible que me lleva
hasta un profundo dios hecho de espuma.

Y es otear el aire,
arañar el misterio,
acuchillar la sombra.

Y te voy descubriendo,
metálica mujer, entre el espino:
un murmullo de sangre transparente
en el rostro perdido del silencio.

III
Por ti la luz asciende a mediodía,
arena prolongada hasta mis labios,
hilo de tierra ardiente y presurosa
donde el espacio brota mas intenso.

Es un géiser de espuma,
de interrumpida lava,
de paloma incompleta
que multiplica el aire en dimensión de voces.

Todo es música, nota, diapasón.
Hasta los cuerpos, en la nada, suenan.

De «Canon» 1973

Jaime Siles Ruiz (Valencia, 16 de abril de 1951) reconocido filólogo, políglota, poeta, crítico literario, traductor y catedrático universitario español

La palabra cansada

dorina costras palabras
Obra de Dorina Costras

Dolor de la palabra:
tener que hacerse verbo para hacerse
carne, flor, mármol:
es del aire y las aves
la llevan en sus alas
y en su sangre
y en su sangre los hombres.

Una dulce palabra
para el mal de palabra: clavo que
a otro saca. Vivida toda una
ola del mar para poder mojarse
los labios secos con el agua amarga

Dulce que era el rocío, la vihuela
dulce junto al remanso. ¿Dónde, dónde
se fueron los garridos amadores,
la lentitud del río bajo el puente de oro?

Algún eco llevó hasta las guaridas
de la sombra una voz y allí, cercada,
se unió a otras voces muertas y un hechizo
las derramó en el valle envenenado.

Anibal Núñez (Salamanca, 1944-1987) Estudió Filología Francesa en la Universidad de Salamanca. Abandonó la actividad docente en 1978. A pesar de su muerte temprana a la edad de 43 años, dejó una importante obra poética y un gran archivo de traducciones de poetas como Rimbaud, Mallarmé, Nerval, Eugenio de Andrade, Catulo y Propercio, entre otros.

Verde

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Verde. Las hojas de geranio
en la luz gris de la tormenta
tiemblan, tensión
de nervadura verde oscuro.
Te mirabas las manos,
nervadura de venas; si los dedos
fueran deliciosos, decías.
Al caminar
apoyaba mi sien contra la tuya
y en la noche escuchaba
el ruiseñor y el graznido
del pavo. Indiferencia
de todo, oscuridad.
Me llamabas con voz muy baja.
Sólo un día reíste.

De «Ella, los pájaros», 1994

Olvido García Valdés, nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950.