Endechas

A José Hierro

Arena que vas,
arena que vuelves.
Fiel a tu compás,
jamás te disuelves.

El aire te besa,
la ola te acuna,
el sol te procesa,
te absuelve la luna.

Esclava en la orilla,
novia innumerable,
déjame, chiquilla,
que contigo hable.

Tus colores mudos
cantan las mareas.
Sueñas pies desnudos,
los borras, los creas.

Tú eres roca, risco,
nebulosa de ola,
talco de marisco,
perla y caracola.

Corazòn deshecho
de la vida plena,
naufragio, urna, lecho,
áncora y carena.

Tú ahuyentas mis horas,
juegas con mis dedos,
urdes y atesoras
resquicios y enredos.

Resbalas delicias,
náyade en la mano,
divinas primicias
del linaje humano.

Mi amor, venga o vaya,
ritmo nuevo estrena
si invierte la playa
su reloj de arena.

Cuánto calor guardas,
cuánto sol cernido.
Qué huellas de Anardas
te han estremecido.

Huellas de Atalantas,
de Dafnes, de Europas.
(Vuelas, te adelantas,
raptas, ciegas, topas.)

Mece El Sardinero
sus sueños de estío.
Soledad de enero,
pálida de frío.

Furia en Las Quebrantas,
trueno alzado en bruma.
Tú cantas, decantas
derrumbos de espuma.

Arena lavada
de sol y de lluvia,
la del sol violada
prieta arena rubia.

Y, enfrente, el convento,
la arena morena,
arrepentimiento
de la Magdalena.

Arena sin prisa,
reina del olvido,
almohada sumisa
para el dolorido.

Mortaja en declive
hacia el ahogado,
madre que recibe
al del vientre hinchado.

Sueño de las algas
que Ulises se viste,
molde de las nalgas
de Nausica triste.

Porque tú eres toda
grávida y liviana,
doncella sin boda,
monja y barragana.

Porque ardes de brama
y mueres de celos,
desnuda en tu cama
y envuelta en mil velos.

Porque tú me quieres,
novia en todo instante,
y a mis pies te adhieres
con besos de amante.

Porque así cohechas
mi libre albedrío,
te rimo en endechas
mi amor, oh amor mío.

Gerardo Diego (Santander, 1896 – Madrid, 1987) Poeta español considerado una de las figuras más representativas de la Generación del 27, a la que agrupó por primera vez en una célebre antología y que encabezó el redescubrimiento de Góngora.

Profesor de literatura y de música, inició su andadura poética con El romancero de la novia (1920), que denotaba cierta influencia de Juan Ramón Jiménez y su aprecio por las formas tradicionales. Después de una breve estancia en París, donde hizo amistad con Vicente Huidobro y conoció la pintura cubista, reveló su permeabilidad a las corrientes vanguardistas, como el creacionismo, en versos de gran musicalidad.

Conjunción de penas y alegrias

La mirada en la costa, en el mar;
un barco se aleja lentamente.

Por los claros senderos del alba acude,
se acerca el sol nimbado de lumbre;
es la vida una fuente limpia y pura,
del alba al ocaso, del mar hasta el cielo
hacen que vivan, cuerpo y alma su desvelo.

Al primer resplandor de la mañana, impresiona,
nos dan con él, de buen talante, sugerente;
salud del sol y música en el aire, entona.
Con esto y algún añadido, alcanza y sobra;
es el bien que resuena en los sentidos,
¡la misma vida en el teclado, en sostenido!

Hablar de fortaleza es un camino
cuando tenaz la adversidad se ensaña,
en destruir, con mengua, toda fuerza
que contra el mal opone el propio instinto.

Juan Miguel Bombín, nació en Portugalete, Bizkaia (1916-2009) al estallar la Guerra Civil en 1936, se incorpora a filas. De monte en monte, de llano en llano , llega a Asturias junto con otros milicianos. Perdida la guerra, en el norte, y recuperándose de heridas que recibió en combate pone rumbo a Francia. Terminada la Guerra Civil se exilió a Argentina. De allí pasó a Uruguay en 1942, donde trabajó como periodista y formó parte de los ambientes literarios , publicando sus dos primeras novelas: Un hombre del siglo y El encuentro con mi amigo. De Uruguay se trasladará a Brasil, y allí dejará la literatura por el comercio. Esta última actividad, alternada con los viajes por el Alto Paraná y las reservas indígenas, le ocupará hasta que en 1987 regresa a España e inicia su actividad literaria.

Vivir en el aliento del agua

Fotografía de María J. Leza ©

Este cielo de albaricoque estira la columna
y se pone a discutir con el crepúsculo
cómo esconder tanto infierno bajo los párpados.
Sus cicatrices y muñones hablan del mar
que espera sin hundirse a cocinar vocales
como si le llovieran sobre la piel.

Yo escucho desde en fondo del iris
en la trastienda del corazón.
Dicen que pongo demasiado entusiasmo
en encontrar la altura ideal
para vivir en el aliento del agua,
quizá sea por su sabor a liquen
o por sentir la culpa de algo grave
mientras le voy poniendo nombre
al universo que cabe en mi garganta.

Quizá este cielo de albaricoque tan desnudo
vuelva a atragantarse de soledad
y respire mi silueta en diferido.

Así, puede que me regale
una nueva médula desde la risa, un cuerpo
de amanecer y sombra,
sin escamas y a la intemperie.

— … —

Marian Raméntol, poeta, escritora, traductora. (Barcelona, España, 1966). Reconocida por su obra, es también Directora de la revista cultural La Náusea. Y miembro del grupo musical O.D.I.

El cementerio marino

fotografía de María J. Leza ©

¡Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal,
pero agota toda la extensión de lo posible.
Pindaro, Píticas III.

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.

Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!… ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.

Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.

¡Bello cielo real, mírame que cambio!
Después de tanto orgullo, y de tanto
extraño ocio, mas pleno de poderes,
a ese brillante espacio me abandono,
sobre casas de muertos va mi sombra
que a su frágil moverse me acostumbra.
A teas del solsticio expuesta el alma,
sosteniéndote estoy, ¡oh admirable
justicia de la luz de crudas armas!
Pura te tomo a tu lugar primero:
¡mírate!… Devolver la luz supone
taciturna mitad sumida en sombra.

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el vacío y el suceso puro,
de mi íntima grandeza el eco aguardo,
cisterna amarga, oscura y resonante,
¡hueco en el alma, son siempre futuro!

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.

Sacro, pleno de un fuego sin materia;
ofrecido a la luz terrestre trozo,
me place este lugar alto de teas,
hecho de oro, piedra, árboles oscuros,
mármol temblando sobre tantas sombras;
¡allí la mar leal duerme en mis tumbas!

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando con sonrisa de pastor, solo,
apaciento carneros misteriosos,
rebaño blanco de mis quietas tumbas,
¡las discretas palomas de allí aléjalas,
los vanos sueños y ángeles curiosos!

Llegado aquí pereza es el futuro,
rasca la sequedad nítido insecto;
todo ardido, deshecho, recibido
en quién sabe qué esencia rigurosa…
La vida es vasta estando ebrio de ausencia,
y dulce el amargor, claro el espíritu.

Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.
Encima el Mediodía reposando
se piensa y a sí mismo se concilia…
Testa cabal, diadema irreprochable,
yo soy en tu interior secreto cambio.

¡A tus temores, sólo yo domino!
Mis arrepentimientos y mis dudas,
son el efecto de tu gran diamante…
Pero en su noche grávida de mármoles,
en la raíz del árbol, vago pueblo
ha asumido tu causa lentamente.

En una densa ausencia se han disuelto,
roja arcilla absorbió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde del muerto frases familiares,
el arte personal, el alma propia?
En la fuente del llanto larvas hilan.

Agudo gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!

Y tú, gran alma, ¿un sueño acaso esperas
libre ya de colores del engaño
que al ojo camal fingen onda y oro?
¿Cuando seas vapor tendrás el canto?
¡Ve! ¡Todo huye! Mi presencia es porosa,
¡la sagrada impaciencia también muere!

¡Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horroroso lauro
que maternal seno haces de la muerte,
el bello engaño y la piadosa argucia!
¡Quién no conoce, quién no los rechaza,
al hueco cráneo y a la risa eterna!

deshabitadas testas, hondos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
sois la tierra y mezcláis nuestras pisadas,
el roedor gusano irrebatible
para vosotros no es que bajo tablas
dormís, ¡de vida vive y no me deja!

¿Amor quizás u odio de mí mismo?
¡Tan cerca tengo su secreto diente
que cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, piensa, toca!
¡Agrádale mi carne, aun en mi lecho,
de este viviente vivo de ser suyo!

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Su son me engendra y mátame la flecha!
¡Ah! el sol… ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, veloz y quieto Aquiles!

¡No! ¡No!… ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Cuerpo mío, esta forma absorta quiebra!
¡Pecho mío, el naciente viento bebe!
Una frescura que la mar exhala,
ríndeme el alma… ¡Oh vigor salado!
¡Ganemos la onda en rebotar viviente!

¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.

¡Se alza el viento!… ¡Tratemos de vivir!
¡Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!

Versión de Javier Sologuren

Ambroise-Paul-Toussaint-Jules Valéry (Sète, 30 de octubre de 1871-París, 20 de julio de 1945) escritor, poeta, ensayista y filósofo francés.

El bosque amigo

En las sendas pensamos cosas puras,
uno al lado del otro, fugitivos,
cogidos de la mano, y pensativos
en medio de las flores más oscuras.

Íbamos solos, como enamorados,
entre la verde noche del sendero,
compartiendo el fugaz fruto hechicero
del astro que aman los enajenados.

Después, muy lejos, en la sombra densa
de aquel íntimo bosque rumoroso,
morimos -solos- sobre el césped blando.

Y arriba, en medio de la luz inmensa,
¡oh, amigo del silencio más hermoso,
nos encontramos otra vez, llorando!

Versión de Andrés Holguín

Ambroise-Paul-Toussaint-Jules Valéry (Sète, 30 de octubre de 1871-París, 20 de julio de 1945) escritor, poeta, ensayista y filósofo francés.

Me he sentado en el centro del bosque

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.

He respirado al lado del mar fuego de luz.

Lento respira el mundo en mi respiración.

En la noche respiro la noche de la noche.

Respira el labio en labio el aire enamorado.

Boca puesta en la boca cerrada de secretos,

respiro con la savia de los troncos talados,

y, como roca voy respirando el silencio

y, como las raíces negras, respiro azul

arriba en los ramajes de verdor rumoroso.

Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce

sombrío de mis venas toda la luz del mundo.

Y yo era un gran sol de luz que respiraba.

Pulmón el firmamento contenido en mi pecho

que inspira la luz y espira la sombra,

que recibe el día y desprende la noche,

que inspira la vida y espira la muerte.

Inspirar, espirar, respirar: la fusión

de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.

Ebriedad de sentirse invadido por algo

sin color ni sustancia, y verse derrotado,

en un mundo visible, por esencia invisible.

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.

Me he sentado en el centro del mundo a respirar.

Dormía sin soñar, mas soñaba profundo

y, al despertar, mis labios musitaban despacio

en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce

se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».

Poema de Antonio Colinas poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Fotografía de María J. Leza © en la selva de Irati

Nubes

fotografía de María J. Leza ©

Islas del cielo, soplo en un soplo suspendido,
¡Con pie ligero, semejante al aire,
Pisar sus playas sin dejar más huella
Que la sombra del viento sobre el agua!
¡Y como el aire entre las hojas
Perderse en el follaje de la bruma
Y como el aire ser labios sin cuerpo,
Cuerpo sin peso, fuerza sin orillas!

Octavio Paz, poeta mexicano 1914-1998

Fe de vida

Fotografía María J. Leza

Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.

Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.

Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a puñado de sal.
O de luz.

Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –al fin- pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.

…***…
Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

El mar pliega las alas al atardecer

El mar pliega las alas al atardecer,
tú no eres sino una pálida burbuja
navegando al golpe del aliento,
un negro trino,
el sol que sale en el centro del pecho
en mitad de la calle,
un silencio en la música dura
de la ciudad sin límites.

Para atravesar ese océano,
ese golpe de luz en la siesta,
no bastaría la eternidad.

Blanca Leonor Varela Gonzales, fue una poeta peruana, considerada como una de las voces poéticas más importantes del género en América Latina (1926-2009)

Permanencia

Fotografía de María J. Leza ©

Ahora vivo en el sendero del silencio.
Todos esos árboles que caminaban en fila
se han agachado a observarme.
A todos hablo entonces de las heridas en las
migraciones, de los hielos continentales,
de los poemas inaccesibles, de los triunfos en las
batallas del odio, del dolor en las manos,
de las rosas amarillas, de la más dulce suavidad,
del pálido rojo de su boca, de sus caricias como nubes
blancas, de su cuerpo, esa playa en la que me refugio,
de sus brazos, la extensión de todos los vientos apretando,
del profundo color que evapora mi alma, de sus
besos de agua y pluma.
Después de todo el estupor, los árboles vuelven
a sus jardines y yo cohabito mi silencio
que no es más que otra forma de expresarte,
de permanencia en ti.

Juan Ramón Madariaga (Bilbao 1962), Se licenció en Filología Vasca y realizó los estudios de doctorado en ese mismo campo en la Universidad de Deusto, donde fue profesor durante años. Comparte su pasión por la literatura con la pasión por el monte. Es alpinista, escalador y montañero.