La mañana

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Obra de Vladimir Volegov

Sube, aprendiendo a nacer en la duda de los colores,
la secreta mañana, como una esperanza.
Esta cándida hoguera que parece ser mía y sólo mía,
allí donde mi soledad se ha hecho don de pies a cabeza,
allí, en el centro de su infinita transparencia,
va siendo de todos por este consagrado amor
en la mañana de primavera.
Las luces, que florecen de fiesta,
se van orquestando en grandes circuitos
de colores suaves, dolientes, provincianos.

El ángel ha venido a anunciarnos la soledad.

La soledad, la soledad; cada cuál tendrá la suya:
su llama y su llanto propios;
su llama y su llanto abanderados;
su llama y su llanto desprovistos.
Los ojos verán mañanas y mañanas
más allá y más acá de lo verde y lo dorado,
de la fábula y el dolor, de los nacimientos y las sombras.
Ahora la música es algo adivinado.
Aconteciendo muy cerca del corazón,
se desata espontánea y altiva,
y en medio de su libertad, anuncia
que no morirá en el corazón de los hombres.
esta mañana logra así decirnos algo nuevo
y seguramente cercano a nuestros ojos:
el diálogo del terrón y la hoja; de la pobreza y lo olvidado.

(Eso es lo importante, lo igual, lo solidario).

¡Oh cabellera de hermandades en esta mañana de colores y dudas!

Juan José Manauta, novelista poeta y periodista argentino (1919-2013)

Todo sube en la quietud levemente azulada

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en la imagen obra de Denis Núñez

Todo sube en la quietud levemente azulada
de esta infinita mujer de tala y sauce,
esta mujer de aquí,
asomada al cielo caído en el río
como un flor de luz.
La vida tenue se escapa,
casi transparente, por las chimeneas de las casitas, loma arriba.
¿Qué será esto inclinado al paisaje
mirador de lo verde y lo lejano?

Son tan tiernos el pájaro y la nube
que en un momento parecen escucharse y comprenderse,
y la vaca, como un árbol más del campo,
apenas vuelve sus ojos, comprendiendo.

Pienso en el hombre que tiene su raíz en esta tierra,
que alimenta su mirada hacia las lomas rojizas
y así, con sus pies nacidos en lo hondo de la hierba,
ha tenido que ponerle ruedas a su rancho.
Mientras, el campo sigue bajando hacia el atardecer
y la brisa pasa como blando cuchillo,
cortándoles el olor a los retoños.
En cada hoja ondea un oculto deseo
de abrazar la tierra y morir
para nacer nuevo
y seguir siendo joven, húmeda y brillante.

¡No, no! No tiene dueños la tierra verdadera:
el chisperío rojo del seibo ¿para quién florece?
O su hermano gemelo el cardenal
¿quién le ordena su canto?…

El río sigue llevando la tarde
y desata poco a poco su cinta roja
entre los juncos amorosos.

Poema de Juan José Manauta, novelista poeta y periodista argentino (1919-2013)
del libro La mujer de silencio