[…] Al dia siguiente, nuestro primer cuidado fué visitar el Castillo
Real. La fundacion de este castillo ó su completa renovacion data
del primer tercio del siglo XV y se debe á D. Cárlos III de Navarra,
llamado el Noble, el cual tuvo de ordinario en él su residencia. Hoy
dia es difícil determinar precisamente la planta de esta obra, de la
que solo quedan en pié muros aislados cubiertos de musgo y hiedra,
torreones sueltos y algunos cimientos de fábrica derruida que en
ciertos puntos permiten adivinar la primitiva construccion, pero que
en otros desaparecen sin dejar huella ostensible entre los escombros
y las altas yerbas que crecen á grande altura en sus cegados fosos y
en sus extensos y abandonados patios. Sin embargo, la vista de aque-
llos jigantes y grandiosos restos impresiona profundamente, y por
poca imaginacion que se tenga, no puede menos de ofrecerse á la
memoria al contemplarlos la imágen de la caballeresca época en que
se levantaron.
Una vez la fantasía elevada á esta altura, fácilmente se recons-
truyen los derruidos torreones, se levantan como por encanto los
muros, cruje el puente levadizo bajo el herrado casco de los corceles
de la régia cabalgata, las almenas se coronan de ballesteros, en los
silenciosos patios se vuelve á oir la alegre algarabía de los licencio-
sos pajes, de los rudos hombres de armas y de la gente menuda del
castillo que se adiestran en volar á los azores, atraillan los perros ó
enfrenan los caballos. Cuando el sol brilla y perfila de oro las alme-
nas, aun parece que se vén tremolar los estandartes y lanzar chis-
pas de fuego los acerados almetes; cuando el crepúsculo baña las
ruinas en un tinte violado y misterioso, aun parece que la brisa de
la tarde murmura una cancion gimiendo entre los ángulos de la torre
de los trovadores y en alguna gótica ventana, en cuyo alfeizar se ha-
lancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera silves-
tre, se cree ver asomarse una forma blanca y ligera. Acaso es un gi-
ron de la niebla que se desgarra en los dentellados muros del casti-
llo, tal vez un último rayo de luz que se desliza fugitivo sobre los
calcinados sillares; ¿pero quién nos impide soñar que es una mujer
enamorada que aun vuelve á oir el eco de un cantar grato á su oido?
(Fragmento del libro de notas de Bécquer)
Muchos han sido los viajeros, nobles, escritores, historiadores, etc… que desde la Edad Media hasta nuestros días se han sentido atraídos por Olite, en especial por su imponente Palacio, considerado uno de los más grandes y lujosos de Europa.
En el British Museum de Londres, por ejemplo, hay un diario de un viajero alemán que data del siglo XV que reza: «Seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso y de tantas habitaciones doradas».
También, nuestro gran Gustavo Adolfo Becquer, se sintió atraído por las ruinas de este castillo y le dedicó un pequeño ensayo «Castillo Real de Olite. Notas de un viaje por Navarra». Es un corto relato que os animo a leer, pues tiene una descripción detallada de la exacta sensación que provoca Olite cuando la visitas y te adentras en sus calles.