Notas de un viaje por Navarra / Bécquer

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fotografía antigua sacada en el palacio de Olite por María J. Leza

[…] Al dia siguiente, nuestro primer cuidado fué visitar el Castillo
Real. La fundacion de este castillo ó su completa renovacion data
del primer tercio del siglo XV y se debe á D. Cárlos III de Navarra,
llamado el Noble, el cual tuvo de ordinario en él su residencia. Hoy
dia es difícil determinar precisamente la planta de esta obra, de la
que solo quedan en pié muros aislados cubiertos de musgo y hiedra,
torreones sueltos y algunos cimientos de fábrica derruida que en
ciertos puntos permiten adivinar la primitiva construccion, pero que
en otros desaparecen sin dejar huella ostensible entre los escombros
y las altas yerbas que crecen á grande altura en sus cegados fosos y
en sus extensos y abandonados patios. Sin embargo, la vista de aque-
llos jigantes y grandiosos restos impresiona profundamente, y por
poca imaginacion que se tenga, no puede menos de ofrecerse á la
memoria al contemplarlos la imágen de la caballeresca época en que
se levantaron.
Una vez la fantasía elevada á esta altura, fácilmente se recons-
truyen los derruidos torreones, se levantan como por encanto los
muros, cruje el puente levadizo bajo el herrado casco de los corceles
de la régia cabalgata, las almenas se coronan de ballesteros, en los
silenciosos patios se vuelve á oir la alegre algarabía de los licencio-
sos pajes, de los rudos hombres de armas y de la gente menuda del
castillo que se adiestran en volar á los azores, atraillan los perros ó
enfrenan los caballos. Cuando el sol brilla y perfila de oro las alme-
nas, aun parece que se vén tremolar los estandartes y lanzar chis-
pas de fuego los acerados almetes; cuando el crepúsculo baña las
ruinas en un tinte violado y misterioso, aun parece que la brisa de
la tarde murmura una cancion gimiendo entre los ángulos de la torre
de los trovadores y en alguna gótica ventana, en cuyo alfeizar se ha-
lancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera silves-
tre, se cree ver asomarse una forma blanca y ligera. Acaso es un gi-
ron de la niebla que se desgarra en los dentellados muros del casti-
llo, tal vez un último rayo de luz que se desliza fugitivo sobre los
calcinados sillares; ¿pero quién nos impide soñar que es una mujer
enamorada que aun vuelve á oir el eco de un cantar grato á su oido?

(Fragmento del libro de notas de Bécquer)

Muchos han sido los viajeros, nobles, escritores, historiadores, etc… que desde la Edad Media hasta nuestros días se han sentido atraídos por Olite, en especial por su imponente Palacio, considerado uno de los más grandes y lujosos de Europa.

En el British Museum de Londres, por ejemplo, hay un diario de un viajero alemán que data del siglo XV que reza: «Seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso y de tantas habitaciones doradas».

También, nuestro gran Gustavo Adolfo Becquer, se sintió atraído por las ruinas de este castillo y le dedicó un pequeño ensayo «Castillo Real de Olite. Notas de un viaje por Navarra». Es un corto relato que os animo a leer, pues tiene una descripción detallada de la exacta sensación que provoca Olite cuando la visitas y te adentras en sus calles.

Notasdeviaje BecquerOlite

Otoño: Hacer acopio de emociones

Juan GoñiOtoño
Otro otoño que retoña, otro florecer hacia dentro se nos viene encima. El ciclo comienza de nuevo con la inspiración. Inspiración en sus dos principales acepciones.

El otoño es el momento de aspirar, de coger aliento para el futuro que llega. El otoño aspira a tanto que anhela ser primavera y convierte cada una de las infinitas hojas de la arboleda en flores multicolores. Y después, coge aire, se come a sí mismo, y aguarda. En el otoño la natura se reconcome las meninges para ser el adagio del mundo que enmudece. Enmudece primero al observador, que ha de volverse hacia adentro y mirarse de nuevo, y aspirarse. Y cuando uno se mira dentro primero amarillea sus entrañas, y deja caer a sus pies los recuerdos de los días más largos.

El otoño nos convierte en detectives de nuestros sentimientos. Si en primavera cantan los paisajes, en otoño cantan cantautores y recitan poetas. El otoño es la estación del recuerdo, de las nostalgias, de la íntima introspección. Siempre suspendo la lección en la lejana primavera, y por eso toca recuperar y examinarse. En estas fechas el que no mira, el que no observa, el que no huele, acaricia y percibe, ese está perdido. Hay que proveerse del alimento abundante que en estas fechas se nos ofrece, alimento para el cuerpo pero sobre todo para el alma.

Hay que hacer acopio de emociones, de sentimientos, de ternuras, de cordiales atardeceres amarillos, de afectos y delicadezas. Si queremos sobrevivir al futuro tenemos que alimentar lentamente nuestra esencia con el adagio otoñal, tardío y levemente decadente, que nos reintegra sin demasiada delicadeza a lo más profundo de nuestras entrañas.

El otoño es el crisol donde germina todo, y se vuelve al suelo. Es el inicio del ciclo en el que los alrededores de nosotros mismos nos empujan a empezarlo todo de nuevo. Y por eso vamos retirando la savia de nuestro exterior y la retornamos al profundo territorio de nosotros mismos, más allí de las miradas, más allí de lo evidente. Es tiempo de forjar nuestros cimientos. El otoño es tiempo de raíces y de principios, es tiempo de concebir sostenes, razones y orígenes. Porque el otoño, sin duda, es la fuente de donde manan las causas de todos y de todo.

El otoño es una primavera que florece hacia adentro.

Juan Goñi

Foto: En Bertiz en Otoño despierta despacito.

Música: Daniel Barenboim (piano), Héctor Console (contrabajo) y Rodolfo Mederos (bandoneón ) interpretan «Otoño porteño», una composición del gran Astor Piazzolla.
https://youtu.be/4wcaVCpFUAE

Días de mudanza

foto Juan lameirihas
Amanecer en Irati, Fotografía de Juan Lameirinhas

Días de mudanza estos de finales de agosto. Vaivenes alados en los cielos de mi tierra. Novedades entre mis amigas emplumadas; trasiego de almas volanderas que vuelven y marchan al mismo tiempo. Hace días que mis ojos no se deleitan con el vuelo vertiginoso de los vencejos, ni admiran el planeo elegante del milano negro. Hace días que partieron las golondrinas que habitaron la cuadra; el silencio se arrima al rincón desdibujado donde no hace tanto tiempo piaban sin parar cuatro boquitas incansables. Ya no oigo el trino del pinzón en el árbol junto a la huerta, cascada silbante del bosque. Y pocos son los carboneros, los herrerillos, los mitos o petirrojos que desgranan su canción entre la arboleda. Cambian las cosas con paso de gigante; inadvertidamente el mundo muda despacio la piel, la voz y el ademán. Llegan por millares los papamoscas cerrojillos, algunos aún vestidos de boda, aún con el blanco impoluto adornando retales de su estampa. Los abejeros ya cruzan los pasos pirenaicos, junto con las primeras cigüeñas negras. Todos se encaran con el futuro, todos afrontan el porvenir armados con su instinto, todos movidos por un ansia irremediable por vivir. El rio inagotable abrió sus compuertas en el Norte; innumerables almas aladas cruzan fronteras que no conocen y se dirigen a un futuro indefinido más allá del horizonte. Ellas se van con la promesa de volver, guardando en sus meninges los paisajes que hienden con su vuelo limpio y honesto. Y ellas siempre cumplen sus promesas.

El péndulo regresa al punto de salida, a cada instante, sin demorarse, sin atosigar ni atosigarse. Se afrontan nuevos menesteres, nuevos retos, nuevos riesgos. Nunca se detienen las entrañas del mundo en su circense manera de quedarse quieto. Juglar equilibrista, siempre a una migaja de caer al abismo, siempre en la cuerda floja de la proporción exacta, de la cordura, de la ecuanimidad. La eterna sensatez de jugarse la vida a cada instante, en la perpetua cordura de no acomodarse nunca demasiado en el mismo asiento.

Todo muda, todo escapa, todo regresa, pero nada huye, ni deserta, ni abandona. Todo es contrapeso, todo es equilibrio; estable en la mutación, todo es imparcial en la indestructible y eterna metamorfosis global.

Me cuesta adherirme al cambio. Chirrían los goznes de mi corazón, anquilosados ante tanto cambalache. Siempre me resisto al cambio vertiginoso. Aún no he comprendido que la vida no es otra cosa. Y aunque mis ojos ya lo han visto tantas veces, aun trata mi mirada de escurrirse del tiempo y quedarse aferrada al sol de agosto. Y por eso me gustaría irme con ellas, las aves, siguiendo al sol. Escabullirme, si me dejan las nieblas. Sortear el otoño que tanto me remueve y fugarme a otra primavera sonriente. Pero no te preocupes; son sandeces que sueña el pajarero mientras despide este agosto sin agosto.

Y mientras, el sol se demora un poco más cada mañana.

Juan Goñi.

Foto: Fuegos no-artificiales: Amanecer en Irati – Egunsentia Iratin, por mi amigo Juan Lameirinhas.

Música: Music for the Royal Fireworks – Música para los reales fuegos artificiales, por Georg Friedrich Händel
(¡Volumen, por favor!):
https://youtu.be/I38Kw-oG0kE

«El maestro de todos nosotros … el compositor más grande que jamás haya existido. Me dejaría al descubierto la cabeza y me arrodillaría ante su tumba.»
Ludwig van Beethoven sobre Georg Friedrich Händel.

— con Juan Lameirinhas.

Mírame Navarra al Natural

Si yo pudiera…

JuanGoñiBorda

Si yo pudiera contarte el tacto del musgo húmedo, el olor a tierra mojada, a saúco; el olor a vida al rededor. Si yo pudiese llevarte unas pinceladas de estas brumas eternas, o el sonido sordo y desordenado de las goteras que las hayas destilan aquí y allí, el extraño trinar de los cencerros lejanos, los mil reclamos de las aves que me persiguen…

Si yo pudiera contagiarte esa forma que tiene la hojarasca de hundirse bajo mis botas, ese crujir de mil pequeñas ramas que se rompen a mi paso; esparcir por tu memoria el color de las viejas hojas de haya, arremolinadas por doquier, esas hojas que esperaron un otoño y esperarán mil más. Si yo pudiese divulgar por tu mundo la serenidad que me invade al observar el vuelo del buitre, el planeo del milano, las cabriolas aéreas del herrerillo, que, como siempre boca abajo, se alimenta en el haya que me cobija…

Si yo pudiera narrarte al bosque y sus palabras, sus historias grandes y pequeñas, sus canciones sin final, su paciencia infinita, su forma de amarme cuando me tiene dentro… Si yo pudiera expandir esta entelequia incomprensible, este “no acabar nunca” tan del bosque, este deseo incalculable de ser de aquí y de quedarme aquí. Si yo pudiese medir de algún modo la espiral asombrosa de belleza y vida que emana de la arboleda inacabable…

Si yo pudiera infectarte con este virus vital e inocente, de este germen pacífico, de esta obsesión tan mía de meterme dentro todos los bosques que amo…

Si pudiera callarme contigo ante el verde sin final, y mirar profundo esas arboledas que te componen, y meterme allí para siempre. Si me dejaras acariciar tu piel húmeda hasta no distinguirla jamás del musgo, y oler tu cuello, tan de árbol. Si me dejaras respirar tu cabello al viento, divagar por tus curvas tan de madre, tan de tierra, tan de Tierra Madre. Si yo pudiera beber de ti, y saborearte, y con ello sanarme, y convertirme también yo en arroyo, afluente tuyo, y los dos del bosque. Si aún pudiésemos emboscarnos juntos para ser, quizá definitivamente, seducidos por los espacios sin final del bosque, tan acogedor, tan útero. Si pudiese coincidir contigo en este dulce “estar cautivo” entre ramas y boscajes, entre trinos y nubes, entre aguas y tierras…

Si nos dejáramos llevar…

¿Y si nos fuéramos para siempre, escondidos en las alas del tiempo…?

Juan Goñi

Foto: Borda abandonada, montañas de Malerreka, Navarra, Nafarroa.

Música: Mo Chailin Dileas Donn – Capercallie.
https://youtu.be/7vcAw8I2hPE

 

Musker verdea- lacerta viridis

lagarto JUAN GOÑI

Aquí tenéis a uno de mis vecinos más callados y tímidos. Se trata de un hermoso macho de lagarto verde (Musker verdea – Lacerta viridis), que habita en mi leñera y zonas aledañas. Se alimenta de insectos como mariposas, escarabajos y muchas hormigas. Es una especie que vive en el norte de la Península Ibérica, desde Cataluña hasta la mitad oriental de Asturias. No sé por qué los reptiles nos dan tanto miedo, pero si sé que el miedo lleva al odio, y de ahí a la masacre va un paso pequeñito. Este animal, como la inmensa mayoría de sus parientes los reptiles, son totalmente inofensivos; muy al contrario, es una bendición tenerlos cerca por la inmensa labor de limpieza de insectos que realizan. Además, algunas de sus presas favoritas son las larvas de insectos que viven en charcas y ríos, evitándonos las molestas picaduras de tábanos e insectos semejantes.

En Navarra tenemos un lugar muy especial para el lagarto verde, una población relicta y aislada del resto en Peralta.

Es una especie que sufre especialmente la alteración de su hábitat: la agricultura intensiva, los incendios, la sobrexplotación ganadera, y por supuesto el uso indiscriminado y masivo de pesticidas en nuestros campos le afectan enormemente. Unas prácticas agrícolas más responsables y el respeto por lindes y riberas de ríos son imprescindibles si queremos seguir contando con esta especie en nuestros campos.
Hace no mucho tiempo se decidió por parte de los expertos separar en dos especies al este lagarto verde (Lacerta viridis) de su primo el lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi). El lagarto verdinegro habita en la parte noroccidental de la Península, en la Cordillera Cantábrica, desde la Navarra atlántica hasta el norte de Portugal.
En estos días tenemos a nuestros lagartos en su periodo de celo, de ahí la coloración azulada que podéis ver en el cuello y la cara de este macho enamoradizo. Si las cosas van bien, pronto encontrará a una compañera de amores. La hembra pondrá los huevos bajo el musgo, o enterrados bajo tierra. Los pequeños lagartos vendrán al mundo en otoño.

Aquí se queda el «gardacho», como lo llamamos en mi pueblo, buscando a su enamorada, en la eterna lucha de la Vida por perpetuarse, en el único fin y objetivo de todos los Seres Vivos que pueblan mi hermosa Tierra. Como siempre jamás: la Vida en defensa de la Vida.

Juan Goñi.

Música:
Mary Coughlan – I Can’t Make You Love Me:
https://youtu.be/wMwzSijZIuM

 

Indiferencia

selvaIrati
Selva de Irati, Navarra
Caminaban deprisa, sin demorarse, ayudados por dos modernos bastones de fibra de vidrio. Vestían ropa ajustada, ideal sin duda para practicar ejercicio, cómoda, transpirable, levemente brillante. Unas gafas de sol de extraño diseño ocultaban sus ojos, pero no su mirada, perdida en su destino, en el siguiente recodo del sendero. Me pareció que ella llevaba en los oídos esos pequeños auriculares de botón; dos cablecitos diminutos se escondían entre su cabello y se perdían en los pliegues de su mochila. Diminutas gotitas de sudor perlaban su frente y jadeaban levemente por el esfuerzo. Su calzado, extraño híbrido entre deportivas y botas, rasgaba la hojarasca como un arado rítmico: ras ras ras ras. Él lucía un reloj desmesuradamente grande en el que el dibujo de un corazón parpadeaba vacilante entre cifras inquietas.

Al pasar, un ligero movimiento de cabeza y un “buenos días” indiferente, casi susurrado, como si su cometido les impidiese más atención, haciéndome ver que su actividad era tan importante que no permitía descuidos. Yo contesté con un “igualmente” neutro, como para no molestar.

Pronto se fue perdiendo su figura en la arboleda, y el sonido acompasado de sus pasos se fue apaciguando, aquietando de nuevo el bosque y su silencio. Volvieron los trinos, los suaves chasquidos y el rumor del viento.

Un par de minutos después, lejanos, los vi subir por la colina. Ellos miraban el bosque como si nada. El bosque les miraba a ellos como si todo. Pero nada había cambiado; ellos tenían demasiado quehacer para advertirlo.

Juan Goñi

Foto: Selva de Irati – Iratiko Oihana. Aezkoa,#Navarra, #Nafarroa

Música: De la Banda Sonora Original de la película Donnie Darko, de Gary Jules, aquí tenemos la canción «Mad World» (Mundo Loco):
https://youtu.be/KL0rHIBYlY0

“Lo contrario del amor no es odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.

Elie Wiesel (30 de septiembre de 1928 – 2 de julio de 2016) Escritor judío, nacido en Rumania, sobreviviente de los campos de concentración nazis, dedicó toda su vida a escribir y a hablar sobre los horrores del Holocausto con la intención de evitar que se repita en el mundo una barbarie similar. Fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986.

 

Aquel senderito era poco más que una trocha de jabalíes…

isidro etxeberria
fotografía de Isidro Etxeberría
Aquel senderito era poco más que una trocha de jabalíes. Revirado y casi oculto por el pasto abundante de los primeros días de julio, se internaba en el bosque más deshabitado. Acompañaba al arroyo durante un par de kilómetros para después ascender decidido hacía el altozano de mi izquierda. Alisos, fresnos descomunales y algunos viejos robles grandes como gigantes mutilados flanqueaban mis pasos junto al río. Serpenteaba después, difuso entre abetos, ascendiendo sin cortesía, perdiéndose a ratos entre la pinocha. Hube de parar un rato para recobrar aliento, para después continuar sin demasiada confianza, con la cuesta interminable. Un grandioso arce se levantaba a mi derecha, quizá el más grande que jamás vi. Y después unos retorcidos tejos viejos; sombra cerrada, crepúsculo momentáneo en mitad de la mañana. El sendero rondaba entonces a uno de los tejos, y dejaba la cuesta para discurrir a media ladera. El ruido molesto de un helicóptero rompió el silencio. Me detuve junto a un gran fresno caído, que partía en dos el camino. Los jabalíes o alguna otra criatura del bosque habían hecho un pequeño túnel a través de las ramas del árbol muerto. Había que agacharse y caminar en cuclillas durante unos veinte metros para atravesar aquel obstáculo. Y poco después los restos de un pequeño puente evitaban un arroyo pequeñito, casi como un hilo de plata en la espesura verde. A mi alrededor cuchicheaba una familia de trepadores azules. Y un chochín que vivía en las ramas del fresno caído tomaba el sol y estiraba las alas en una postura casi cómica. Un carbonero palustre hacía cabriolas entre las hojas de los alisos que ceñían el arroyo. Unos metros más allí un par de charcos mostraban las huellas típicas de los jabalíes, eran sin duda sus baños de barro. Era ese, sin duda, un buen lugar para escuchar; para escucharme.

Buscar acomodo en las horquillas de un árbol caído, y dejarse inundar por los susurros del bosque. Ocuparse con denuedo en no hacer ruido, en pasar desapercibido, en no molestar a la vida alrededor, en ser uno más entre todos aquellos que me rodeaban. Y así permanecer inmóvil, ser un tronco más, hasta que los que me vieron llegar se olviden y consientan. Dejarse llevar por la inercia del sosiego. Convertir con firmeza las prisas en parsimonia, respirar con suavidad, mirar con suavidad, escuchar con suavidad, pensar con suavidad, hasta que las bonanzas de mi Padre me conquisten.

Olvidarme para recordar; centrar todo interés en el aquí y en el ahora. Irme escondido en las alas del mundo, viajar de polizón en la brisa dócil, sentir los alientos de mundo, notar en mis botas la respiración del suelo, el sube y baja del hálito eterno en el pecho del bosque. Mover solo los ojos. Y meditar despacio como entrar, con cortesía y respeto, en los lapsos y en las espirales, en las revueltas nimias, en los silenciosos sucesos que por millones rodean mi existencia. Y dejar de ser para ser, y dejar de estar para estar, abiertamente, dentro de mis afueras. Dejar el corazón al socaire de un trino. Dejar los ojos en los reflejos verdes. Habitar el mundo pacíficamente, permitir que la mañana pase de largo ante mis ojos, aletargar los pensamientos, ahogar la lógica y la razón bajo millones de kilos de levedad, y esperar nada para que de nuevo todo ocurra.

Pasaron los minutos, y quizá las horas. Y un corzo me vino a visitar. Mosdisqueó un poco el musgo junto al riachuelo y bebió un trago antes de alejarse de un salto. Un pico mediano se asomó tras el tronco firme de un haya a mi lado, y me miró con curiosidad, incrédulo de mi quietud y mi silencio. Mi amigo el chochín se posó a escasos centímetros de mi mano inocente. Una familia de herrerillos capuchinos anduvo revoloteando a mi lado. Vi, ahí cerquita y por primera vez en mi vida, las constantes cebas de una pareja de camachuelos a su prole. Un ratón de campo anduvo titubeando de aquí para allí entre mis botas. Mi bastón sirvió de atalaya para un simpático petirrojo, que me miraba, de vez en cuando, preocupado. Una salamandra negra y amarilla salió de su agujero en el arroyo, hizo algún recado de última hora y volvió antes de que el sol pudiese hacerle daño. Y así pasaron las cosas que recuerdo, porque, estoy seguro, algunas cosas pasaron que no recuerdo.

Volví por la vereda con una tonta sonrisa en la cara. Limpio

[….]

.- ¡Hombre, Juan! ¡Cuánto tiempo! ¿De dónde vienes?
.- Pues del bosque…
.- ¡Anda! ¿Y has ido solo? ¿No te aburres?
.- No. No me aburro – Respondí aburrido.

Juan Goñi.

Foto: Oianleku, Oiartzun, Gipuzkoa, por Isidro Etxeberria.

Música: «Never Gone»… Nunca se fue… Por Chris Botti
https://youtu.be/fQWdqUm5Y6I?t=12m53s

 

En el bosque

JuanLameirinhasYGoñi

Me gusta soñar que en ese viejo tronco cubierto de musgo húmedo y verde viven extraños y simpáticos seres diminutos. Me gusta pensar que los agujeros de ese tronco son las ventanas por donde cada tarde, poco antes del anochecer, se asoma mamá para avisar de que la cena está lista. Imagino la mesa, una pequeña seta alrededor de la cual se sientan estos pequeños seres, a cenar bellotas y tréboles, a beber aguamiel y a charlar sobre los acontecimientos del día. Fantaseo sobre la vida de estos seres en lo más profundo del bosque silencioso, acechados por comadrejas y gavilanes, amigos de corzos y pájaros carpinteros, vecinos de Basajaun y de las más bellas lamias del arroyo cercano. Y así, divagando, voy pasando el tiempo despacio, sentado sobre el tocón de una vieja haya, escuchando los mil y un sonidos del bosque en donde vivo.

Oigo aves a mi alrededor, y revuelo de hojarasca, y al viento sosegado entre las ramas todavía desnudas. Siento la brisa suave en mi cara y en mis manos, y acaricio delicadamente el musgo, y el áspero tronco mutilado. Cierro los ojos, intentando concentrarme en las sensaciones que el bosque me provoca: paz interior y sosiego, comprensión de la realidad y evocación onírica de sueños y las leyendas, completitud emocional, pero sobre todo amor. Amor al encontrarme dentro de un organismo vivo y palpitante, formando parte de él, siendo una más entre sus células, tan distintas a mi y tan iguales. Y describo despacio en mi cerebro sonidos y olores, tactos y colores.

Y así “pierdo” el tiempo para ganarlo, paso la tarde manteniéndola atada en mi memoria, saboreando cada segundo de cada minuto, mientras el bosque se va acallando y el atardecer va muriendo apaciblemente entre los brazos maternales de los inmensos árboles que me rodean. Y espero, en silencio absoluto, engatusado por las formas vivas del tronco, seducido por la sutileza del musgo, aguardando a que mamá salga a la ventana para avisarnos de que, finalmente, la cena está lista.

Juan Goñi.

Foto: «Basoan», por Juan Lameirinhas.

 


Música: The Karl Jenkins Ensemble interpeta «Lacus Serenitatis», (El lago de la senerindad) de su disco «Imagined Oceans»:

El cielo recuperó un ángel

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óleo de Vladimir Volegov

Cada mañana repetía el ritual desde el garaje. Encendía las luces y la emisora habitual le servía de acompañante hasta su destino laboral. En no más de treinta minutos el nuevo uniforme cotidiano se adueñaría de su persona, de su trayecto, de sus horas, de sus ilusiones.

Esta vez, los sempiternos acontecimientos políticos, los conflictos bélicos, las miserias humanas aparecieron y le saturaron de tal modo que optó por buscar, en la música elegida por otros, el reposo anímico que notaba perdido. El tiempo había pasado. Su tiempo, y con él, las melodías que le hicieron sentirse moderno hace años, demasiados años. Pulsó desde el volante de la pereza la búsqueda automática y los primeros compases descerrajaron la desilusión que había empezado a adueñarse de él. Instintivamente movió los dedos y sus pies pugnaban por bailar la canción que otrora le hiciera tan feliz. Y en ese momento regresó su imagen.

No sabría decir el porqué, pero su rostro regresó dibujando la eterna sonrisa que cada mañana le dedicaba. Y a la par regresaron en ella los mil intentos de auto-convencimiento de que aquello que ella sentía por él era recíproco. Y regresó el punzante el veredicto que siempre acababa dándose ante semejante lucha. No era capaz de amar a quien le amaba. No era capaz de sobrepasar la línea difusa del cariño que desde la otra parte se emulsionaba en esperanzas baldías. No era capaz de sobrellevar la carga de la culpa por no ser capaz de ser insincero y hacerla feliz. Y así siguió recordando aquella tarde en la que, sin previo aviso, sin motivo ninguno, sin razón mayor que el desespero, ella le regaló el disco que tantas veces bailaron. Y se mezclaron las contradicciones propias entre la viveza de la canción y la tristeza de sus ojos. Y toda la amalgama de colores que emanaba la música confeccionaron la paleta en la que espatuló su memoria.

Y entonces el negro tomó cuerpo. Regresó la noche fatídica en la que el destino la raptó para siempre. Sin un adiós, sin una palabra, sin una oportunidad más para intentar tallar el pedernal en que se había convertido ese corazón que se le negaba.

En ese momento, justo en ese momento de recuerdo, el estribillo comenzaba a dar por concluida la canción que hablaba de cómo el cielo había perdido un ángel.

Detuvo el coche, miró hacia arriba y, negando el estribillo, lanzó el beso que tantas veces había escatimado.

Jesús Frias  Lujan   – Defrijan-

Los gemelos

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Quienes no estamos acostumbrados a vestir de etiqueta no dejamos de sentirnos extraños cuando la ocasión la requiere. Y entre esas ocasiones, sin duda alguna, las bodas se llevan la palma. Al menos de un tiempo a esta parte se han convertido en un escaparate en el que lucir prendas, peinados, tocados y lustre a propósito de quedar como un pincel. Si el grado de parentesco es próximo, entonces el listón aumenta su nivel y es cuando empiezas a elucubrar sobre cómo será el atuendo de los invitados de la otra parte. No es plan de quedar mal o de dejar en mal lugar a tu sangre. De modo que la busca y captura del uniforme en cuestión se abre como veda de caza, solo que en esta ocasión, el cazado serás tú. Ese apolíneo que no eres ha de entrar en un traje o mejor, en un chaqué, sí o sí o también. Y ahí es donde la genética se reivindica intentando hacerte entrar en razón por más empeño que pongan los demás en que es lo correcto, lo adecuado, lo cortés, lo exigible. De nada servirá echar de menos aquellas celebraciones a las que asistías en bermudas porque no estás en la lista de invitados infantiles y debes comportarte como adulto. Así que, con cierta resignación, caes en manos de aquel que es experto en vestir a quien no está acostumbrado a hacerlo, de gala. Empieza a escanearte con los ojos y en un plis plas adivina la talla que te corresponde. Te coloca el pantalón a rayas, te sujeta con unos tirantes, te adosa la chaqueta de pingüino y coloca los diferentes acolchados en tus defectos para que no se noten. El caso es que te das la vuelta y apenas te reconoces. Acabas pareciendo don Hilarión camino de la verbena de La Paloma y das por bueno el esfuerzo del ayudante de cámara provisional. Casi todo el equipamiento está cubierto, a falta de la corbata. Y ahí no hay discusión posible. Ha de hacer juego con los gemelos que compraste un día al azar, y que lucen el busto de Bart Simpson. Un amarillo chillón que empezarán creyendo irónico y terminarán por ver como cierto. Nada superará a la mirada de asombro o a la risa contenida de quien en mitad de la ceremonia nupcial deje de prestar atención a las lecturas y clave sus ojos en el soleado brillo de tus puños. Poco importará que el chaqué te siga cubriendo como un tribuno si desde las muñecas el guiño del travieso cruza la nave de la iglesia. Puede que al paso de las horas, cuando el festejo esté en pleno apogeo, más de uno se acerque a ti y te diga que le encantan tus gemelos, pero que no se atrevería a llevarlos. Entonces lo mirarás sonriendo y callarás el “tú te lo pierdes” para no incidir más en la llaga de lo correcto que en tantas ocasiones mandaríamos a donde se merece. Por cierto, si alguien se atreve, que me los pida y se los presto.

Texto de Francisco Jesús Frías Luján