Otoño: Hacer acopio de emociones

Juan GoñiOtoño
Otro otoño que retoña, otro florecer hacia dentro se nos viene encima. El ciclo comienza de nuevo con la inspiración. Inspiración en sus dos principales acepciones.

El otoño es el momento de aspirar, de coger aliento para el futuro que llega. El otoño aspira a tanto que anhela ser primavera y convierte cada una de las infinitas hojas de la arboleda en flores multicolores. Y después, coge aire, se come a sí mismo, y aguarda. En el otoño la natura se reconcome las meninges para ser el adagio del mundo que enmudece. Enmudece primero al observador, que ha de volverse hacia adentro y mirarse de nuevo, y aspirarse. Y cuando uno se mira dentro primero amarillea sus entrañas, y deja caer a sus pies los recuerdos de los días más largos.

El otoño nos convierte en detectives de nuestros sentimientos. Si en primavera cantan los paisajes, en otoño cantan cantautores y recitan poetas. El otoño es la estación del recuerdo, de las nostalgias, de la íntima introspección. Siempre suspendo la lección en la lejana primavera, y por eso toca recuperar y examinarse. En estas fechas el que no mira, el que no observa, el que no huele, acaricia y percibe, ese está perdido. Hay que proveerse del alimento abundante que en estas fechas se nos ofrece, alimento para el cuerpo pero sobre todo para el alma.

Hay que hacer acopio de emociones, de sentimientos, de ternuras, de cordiales atardeceres amarillos, de afectos y delicadezas. Si queremos sobrevivir al futuro tenemos que alimentar lentamente nuestra esencia con el adagio otoñal, tardío y levemente decadente, que nos reintegra sin demasiada delicadeza a lo más profundo de nuestras entrañas.

El otoño es el crisol donde germina todo, y se vuelve al suelo. Es el inicio del ciclo en el que los alrededores de nosotros mismos nos empujan a empezarlo todo de nuevo. Y por eso vamos retirando la savia de nuestro exterior y la retornamos al profundo territorio de nosotros mismos, más allí de las miradas, más allí de lo evidente. Es tiempo de forjar nuestros cimientos. El otoño es tiempo de raíces y de principios, es tiempo de concebir sostenes, razones y orígenes. Porque el otoño, sin duda, es la fuente de donde manan las causas de todos y de todo.

El otoño es una primavera que florece hacia adentro.

Juan Goñi

Foto: En Bertiz en Otoño despierta despacito.

Música: Daniel Barenboim (piano), Héctor Console (contrabajo) y Rodolfo Mederos (bandoneón ) interpretan «Otoño porteño», una composición del gran Astor Piazzolla.
https://youtu.be/4wcaVCpFUAE

Días de mudanza

foto Juan lameirihas
Amanecer en Irati, Fotografía de Juan Lameirinhas

Días de mudanza estos de finales de agosto. Vaivenes alados en los cielos de mi tierra. Novedades entre mis amigas emplumadas; trasiego de almas volanderas que vuelven y marchan al mismo tiempo. Hace días que mis ojos no se deleitan con el vuelo vertiginoso de los vencejos, ni admiran el planeo elegante del milano negro. Hace días que partieron las golondrinas que habitaron la cuadra; el silencio se arrima al rincón desdibujado donde no hace tanto tiempo piaban sin parar cuatro boquitas incansables. Ya no oigo el trino del pinzón en el árbol junto a la huerta, cascada silbante del bosque. Y pocos son los carboneros, los herrerillos, los mitos o petirrojos que desgranan su canción entre la arboleda. Cambian las cosas con paso de gigante; inadvertidamente el mundo muda despacio la piel, la voz y el ademán. Llegan por millares los papamoscas cerrojillos, algunos aún vestidos de boda, aún con el blanco impoluto adornando retales de su estampa. Los abejeros ya cruzan los pasos pirenaicos, junto con las primeras cigüeñas negras. Todos se encaran con el futuro, todos afrontan el porvenir armados con su instinto, todos movidos por un ansia irremediable por vivir. El rio inagotable abrió sus compuertas en el Norte; innumerables almas aladas cruzan fronteras que no conocen y se dirigen a un futuro indefinido más allá del horizonte. Ellas se van con la promesa de volver, guardando en sus meninges los paisajes que hienden con su vuelo limpio y honesto. Y ellas siempre cumplen sus promesas.

El péndulo regresa al punto de salida, a cada instante, sin demorarse, sin atosigar ni atosigarse. Se afrontan nuevos menesteres, nuevos retos, nuevos riesgos. Nunca se detienen las entrañas del mundo en su circense manera de quedarse quieto. Juglar equilibrista, siempre a una migaja de caer al abismo, siempre en la cuerda floja de la proporción exacta, de la cordura, de la ecuanimidad. La eterna sensatez de jugarse la vida a cada instante, en la perpetua cordura de no acomodarse nunca demasiado en el mismo asiento.

Todo muda, todo escapa, todo regresa, pero nada huye, ni deserta, ni abandona. Todo es contrapeso, todo es equilibrio; estable en la mutación, todo es imparcial en la indestructible y eterna metamorfosis global.

Me cuesta adherirme al cambio. Chirrían los goznes de mi corazón, anquilosados ante tanto cambalache. Siempre me resisto al cambio vertiginoso. Aún no he comprendido que la vida no es otra cosa. Y aunque mis ojos ya lo han visto tantas veces, aun trata mi mirada de escurrirse del tiempo y quedarse aferrada al sol de agosto. Y por eso me gustaría irme con ellas, las aves, siguiendo al sol. Escabullirme, si me dejan las nieblas. Sortear el otoño que tanto me remueve y fugarme a otra primavera sonriente. Pero no te preocupes; son sandeces que sueña el pajarero mientras despide este agosto sin agosto.

Y mientras, el sol se demora un poco más cada mañana.

Juan Goñi.

Foto: Fuegos no-artificiales: Amanecer en Irati – Egunsentia Iratin, por mi amigo Juan Lameirinhas.

Música: Music for the Royal Fireworks – Música para los reales fuegos artificiales, por Georg Friedrich Händel
(¡Volumen, por favor!):
https://youtu.be/I38Kw-oG0kE

«El maestro de todos nosotros … el compositor más grande que jamás haya existido. Me dejaría al descubierto la cabeza y me arrodillaría ante su tumba.»
Ludwig van Beethoven sobre Georg Friedrich Händel.

— con Juan Lameirinhas.

Mírame Navarra al Natural

Si yo pudiera…

JuanGoñiBorda

Si yo pudiera contarte el tacto del musgo húmedo, el olor a tierra mojada, a saúco; el olor a vida al rededor. Si yo pudiese llevarte unas pinceladas de estas brumas eternas, o el sonido sordo y desordenado de las goteras que las hayas destilan aquí y allí, el extraño trinar de los cencerros lejanos, los mil reclamos de las aves que me persiguen…

Si yo pudiera contagiarte esa forma que tiene la hojarasca de hundirse bajo mis botas, ese crujir de mil pequeñas ramas que se rompen a mi paso; esparcir por tu memoria el color de las viejas hojas de haya, arremolinadas por doquier, esas hojas que esperaron un otoño y esperarán mil más. Si yo pudiese divulgar por tu mundo la serenidad que me invade al observar el vuelo del buitre, el planeo del milano, las cabriolas aéreas del herrerillo, que, como siempre boca abajo, se alimenta en el haya que me cobija…

Si yo pudiera narrarte al bosque y sus palabras, sus historias grandes y pequeñas, sus canciones sin final, su paciencia infinita, su forma de amarme cuando me tiene dentro… Si yo pudiera expandir esta entelequia incomprensible, este “no acabar nunca” tan del bosque, este deseo incalculable de ser de aquí y de quedarme aquí. Si yo pudiese medir de algún modo la espiral asombrosa de belleza y vida que emana de la arboleda inacabable…

Si yo pudiera infectarte con este virus vital e inocente, de este germen pacífico, de esta obsesión tan mía de meterme dentro todos los bosques que amo…

Si pudiera callarme contigo ante el verde sin final, y mirar profundo esas arboledas que te componen, y meterme allí para siempre. Si me dejaras acariciar tu piel húmeda hasta no distinguirla jamás del musgo, y oler tu cuello, tan de árbol. Si me dejaras respirar tu cabello al viento, divagar por tus curvas tan de madre, tan de tierra, tan de Tierra Madre. Si yo pudiera beber de ti, y saborearte, y con ello sanarme, y convertirme también yo en arroyo, afluente tuyo, y los dos del bosque. Si aún pudiésemos emboscarnos juntos para ser, quizá definitivamente, seducidos por los espacios sin final del bosque, tan acogedor, tan útero. Si pudiese coincidir contigo en este dulce “estar cautivo” entre ramas y boscajes, entre trinos y nubes, entre aguas y tierras…

Si nos dejáramos llevar…

¿Y si nos fuéramos para siempre, escondidos en las alas del tiempo…?

Juan Goñi

Foto: Borda abandonada, montañas de Malerreka, Navarra, Nafarroa.

Música: Mo Chailin Dileas Donn – Capercallie.
https://youtu.be/7vcAw8I2hPE

 

Musker verdea- lacerta viridis

lagarto JUAN GOÑI

Aquí tenéis a uno de mis vecinos más callados y tímidos. Se trata de un hermoso macho de lagarto verde (Musker verdea – Lacerta viridis), que habita en mi leñera y zonas aledañas. Se alimenta de insectos como mariposas, escarabajos y muchas hormigas. Es una especie que vive en el norte de la Península Ibérica, desde Cataluña hasta la mitad oriental de Asturias. No sé por qué los reptiles nos dan tanto miedo, pero si sé que el miedo lleva al odio, y de ahí a la masacre va un paso pequeñito. Este animal, como la inmensa mayoría de sus parientes los reptiles, son totalmente inofensivos; muy al contrario, es una bendición tenerlos cerca por la inmensa labor de limpieza de insectos que realizan. Además, algunas de sus presas favoritas son las larvas de insectos que viven en charcas y ríos, evitándonos las molestas picaduras de tábanos e insectos semejantes.

En Navarra tenemos un lugar muy especial para el lagarto verde, una población relicta y aislada del resto en Peralta.

Es una especie que sufre especialmente la alteración de su hábitat: la agricultura intensiva, los incendios, la sobrexplotación ganadera, y por supuesto el uso indiscriminado y masivo de pesticidas en nuestros campos le afectan enormemente. Unas prácticas agrícolas más responsables y el respeto por lindes y riberas de ríos son imprescindibles si queremos seguir contando con esta especie en nuestros campos.
Hace no mucho tiempo se decidió por parte de los expertos separar en dos especies al este lagarto verde (Lacerta viridis) de su primo el lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi). El lagarto verdinegro habita en la parte noroccidental de la Península, en la Cordillera Cantábrica, desde la Navarra atlántica hasta el norte de Portugal.
En estos días tenemos a nuestros lagartos en su periodo de celo, de ahí la coloración azulada que podéis ver en el cuello y la cara de este macho enamoradizo. Si las cosas van bien, pronto encontrará a una compañera de amores. La hembra pondrá los huevos bajo el musgo, o enterrados bajo tierra. Los pequeños lagartos vendrán al mundo en otoño.

Aquí se queda el «gardacho», como lo llamamos en mi pueblo, buscando a su enamorada, en la eterna lucha de la Vida por perpetuarse, en el único fin y objetivo de todos los Seres Vivos que pueblan mi hermosa Tierra. Como siempre jamás: la Vida en defensa de la Vida.

Juan Goñi.

Música:
Mary Coughlan – I Can’t Make You Love Me:
https://youtu.be/wMwzSijZIuM

 

Indiferencia

selvaIrati
Selva de Irati, Navarra
Caminaban deprisa, sin demorarse, ayudados por dos modernos bastones de fibra de vidrio. Vestían ropa ajustada, ideal sin duda para practicar ejercicio, cómoda, transpirable, levemente brillante. Unas gafas de sol de extraño diseño ocultaban sus ojos, pero no su mirada, perdida en su destino, en el siguiente recodo del sendero. Me pareció que ella llevaba en los oídos esos pequeños auriculares de botón; dos cablecitos diminutos se escondían entre su cabello y se perdían en los pliegues de su mochila. Diminutas gotitas de sudor perlaban su frente y jadeaban levemente por el esfuerzo. Su calzado, extraño híbrido entre deportivas y botas, rasgaba la hojarasca como un arado rítmico: ras ras ras ras. Él lucía un reloj desmesuradamente grande en el que el dibujo de un corazón parpadeaba vacilante entre cifras inquietas.

Al pasar, un ligero movimiento de cabeza y un “buenos días” indiferente, casi susurrado, como si su cometido les impidiese más atención, haciéndome ver que su actividad era tan importante que no permitía descuidos. Yo contesté con un “igualmente” neutro, como para no molestar.

Pronto se fue perdiendo su figura en la arboleda, y el sonido acompasado de sus pasos se fue apaciguando, aquietando de nuevo el bosque y su silencio. Volvieron los trinos, los suaves chasquidos y el rumor del viento.

Un par de minutos después, lejanos, los vi subir por la colina. Ellos miraban el bosque como si nada. El bosque les miraba a ellos como si todo. Pero nada había cambiado; ellos tenían demasiado quehacer para advertirlo.

Juan Goñi

Foto: Selva de Irati – Iratiko Oihana. Aezkoa,#Navarra, #Nafarroa

Música: De la Banda Sonora Original de la película Donnie Darko, de Gary Jules, aquí tenemos la canción «Mad World» (Mundo Loco):
https://youtu.be/KL0rHIBYlY0

“Lo contrario del amor no es odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.

Elie Wiesel (30 de septiembre de 1928 – 2 de julio de 2016) Escritor judío, nacido en Rumania, sobreviviente de los campos de concentración nazis, dedicó toda su vida a escribir y a hablar sobre los horrores del Holocausto con la intención de evitar que se repita en el mundo una barbarie similar. Fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986.

 

Aquel senderito era poco más que una trocha de jabalíes…

isidro etxeberria
fotografía de Isidro Etxeberría
Aquel senderito era poco más que una trocha de jabalíes. Revirado y casi oculto por el pasto abundante de los primeros días de julio, se internaba en el bosque más deshabitado. Acompañaba al arroyo durante un par de kilómetros para después ascender decidido hacía el altozano de mi izquierda. Alisos, fresnos descomunales y algunos viejos robles grandes como gigantes mutilados flanqueaban mis pasos junto al río. Serpenteaba después, difuso entre abetos, ascendiendo sin cortesía, perdiéndose a ratos entre la pinocha. Hube de parar un rato para recobrar aliento, para después continuar sin demasiada confianza, con la cuesta interminable. Un grandioso arce se levantaba a mi derecha, quizá el más grande que jamás vi. Y después unos retorcidos tejos viejos; sombra cerrada, crepúsculo momentáneo en mitad de la mañana. El sendero rondaba entonces a uno de los tejos, y dejaba la cuesta para discurrir a media ladera. El ruido molesto de un helicóptero rompió el silencio. Me detuve junto a un gran fresno caído, que partía en dos el camino. Los jabalíes o alguna otra criatura del bosque habían hecho un pequeño túnel a través de las ramas del árbol muerto. Había que agacharse y caminar en cuclillas durante unos veinte metros para atravesar aquel obstáculo. Y poco después los restos de un pequeño puente evitaban un arroyo pequeñito, casi como un hilo de plata en la espesura verde. A mi alrededor cuchicheaba una familia de trepadores azules. Y un chochín que vivía en las ramas del fresno caído tomaba el sol y estiraba las alas en una postura casi cómica. Un carbonero palustre hacía cabriolas entre las hojas de los alisos que ceñían el arroyo. Unos metros más allí un par de charcos mostraban las huellas típicas de los jabalíes, eran sin duda sus baños de barro. Era ese, sin duda, un buen lugar para escuchar; para escucharme.

Buscar acomodo en las horquillas de un árbol caído, y dejarse inundar por los susurros del bosque. Ocuparse con denuedo en no hacer ruido, en pasar desapercibido, en no molestar a la vida alrededor, en ser uno más entre todos aquellos que me rodeaban. Y así permanecer inmóvil, ser un tronco más, hasta que los que me vieron llegar se olviden y consientan. Dejarse llevar por la inercia del sosiego. Convertir con firmeza las prisas en parsimonia, respirar con suavidad, mirar con suavidad, escuchar con suavidad, pensar con suavidad, hasta que las bonanzas de mi Padre me conquisten.

Olvidarme para recordar; centrar todo interés en el aquí y en el ahora. Irme escondido en las alas del mundo, viajar de polizón en la brisa dócil, sentir los alientos de mundo, notar en mis botas la respiración del suelo, el sube y baja del hálito eterno en el pecho del bosque. Mover solo los ojos. Y meditar despacio como entrar, con cortesía y respeto, en los lapsos y en las espirales, en las revueltas nimias, en los silenciosos sucesos que por millones rodean mi existencia. Y dejar de ser para ser, y dejar de estar para estar, abiertamente, dentro de mis afueras. Dejar el corazón al socaire de un trino. Dejar los ojos en los reflejos verdes. Habitar el mundo pacíficamente, permitir que la mañana pase de largo ante mis ojos, aletargar los pensamientos, ahogar la lógica y la razón bajo millones de kilos de levedad, y esperar nada para que de nuevo todo ocurra.

Pasaron los minutos, y quizá las horas. Y un corzo me vino a visitar. Mosdisqueó un poco el musgo junto al riachuelo y bebió un trago antes de alejarse de un salto. Un pico mediano se asomó tras el tronco firme de un haya a mi lado, y me miró con curiosidad, incrédulo de mi quietud y mi silencio. Mi amigo el chochín se posó a escasos centímetros de mi mano inocente. Una familia de herrerillos capuchinos anduvo revoloteando a mi lado. Vi, ahí cerquita y por primera vez en mi vida, las constantes cebas de una pareja de camachuelos a su prole. Un ratón de campo anduvo titubeando de aquí para allí entre mis botas. Mi bastón sirvió de atalaya para un simpático petirrojo, que me miraba, de vez en cuando, preocupado. Una salamandra negra y amarilla salió de su agujero en el arroyo, hizo algún recado de última hora y volvió antes de que el sol pudiese hacerle daño. Y así pasaron las cosas que recuerdo, porque, estoy seguro, algunas cosas pasaron que no recuerdo.

Volví por la vereda con una tonta sonrisa en la cara. Limpio

[….]

.- ¡Hombre, Juan! ¡Cuánto tiempo! ¿De dónde vienes?
.- Pues del bosque…
.- ¡Anda! ¿Y has ido solo? ¿No te aburres?
.- No. No me aburro – Respondí aburrido.

Juan Goñi.

Foto: Oianleku, Oiartzun, Gipuzkoa, por Isidro Etxeberria.

Música: «Never Gone»… Nunca se fue… Por Chris Botti
https://youtu.be/fQWdqUm5Y6I?t=12m53s

 

Al bosque adormilado…

JuanGoñi11

Al bosque adormilado le brotan aves por los costados. Y las aves le hacen cosquillas en las ramas, y le cantan al oído, y le peinan las canas.

Al bosque le nacen crocos amoratados entre los dedos de los pies, y prímulas, y lirios amarillos y la hojarasca seca cuchichea sus celos antes de huir.

Al bosque le cuesta despertar porque se hace mayor; porque aún no termina de creerse que llegó la primavera a lomos de la última ventisca. Le gusta demorarse un poco en el invierno y remolonea más de la cuenta.

Al bosque no le gusta que le metan prisa. Hace las cosas a su tiempo, aunque todos estemos desesperados de esperarle.

Mientras aguardábamos, la primavera me sacó a bailar un vals entre los robles; y justo antes de esfumarse me plantó un beso entre los ojos. Y se escabulló tras todos los horizontes, huyendo con el sol.

Juan Goñi.

Foto: Robledal adehesado de Dantzaleku, junto a la ermita de San Pedro, en Altsasu/Alsasua, Sakana, Navarra-Nafarroa.

Música: Dmitri Dmítrievich Shostakóvich, es considerado por muchos como uno de los compositores más importantes del siglo XX. Aquí tenemos el Vals Nro. 2 de su «Suite para orquesta variada», que muchos recordaréis porque fue utilizado en la banda sonora de la película de Stanley Kubrick, «Eyes Wide Shut»:
https://youtu.be/E3pv2mAbQ7M

PD: Tanta gente, disfrutando con respeto de la música clásica…. ¡qué envidia!

Era un caballo, o quizá no…

unicornioJuanGoñi

Era un caballo, o quizá no, aquella extraña figura que emergía entre la floresta. Había salido del sendero persiguiendo el redoble de un pájaro carpintero. Desde lejos parecía un caballo de ajedrez enorme, tumbado, descansando. Pero era solo un viejo tronco comido por la hiedra y el musgo, solitario y silencioso en medio del bosque. La imaginación se dispara cuando caminas en soledad por la arboleda.

Era un caballo, o quizá no. Más bien parecía un unicornio convertido en leña. Quizá los unicornios se tornan en árboles cuando el día les sorprende lejos de su guarida, del mismo modo que yo me transformo en niño cuando la primavera me pilla caminando en soledad por el bosque.

A veces llueven chubascos de fantasía sobre mi bosque de fábulas y sueños. Y a mí me encanta empaparme en esos torrenciales diluvios de ilusión.

La realidad es demasiado malcarada como para soportarla a todas horas.

Se me olvidó el pájaro carpintero, pero oía tambores de amor en la arboleda cuando el unicornio me saludó. Después salió trotando. Y yo me desperté.

Juan Goñi.

Foto: Parque Natural de Bertiz, Navarra

Música: Schönherz & Scott / Sentimental Walk -Theme from «Diva»-
https://youtu.be/_WFaZ1VV2Bc

Haré como los árboles

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en la imagen Juan Goñi junto  al roble de Orkin, fotografía de Felipe Noguera

Haré como los árboles.

A veces soy alma enamorada, como tú te enamoras en primavera, del viento suave y de los trinos, y saco mis hojas al sol, y acepto tus caricias cálidas que hoy apenas recuerdo.

A veces soy fértil y aposento nidos en mis ramas. Y nacen aleteos, y tañidos, y canciones silbadas entre los peciolos y las brozas, entre mis troncos, entre mis cepas y sarmientos. Y deseo amaneceres y mediodías, y ocasos y noches porque estoy en el mundo y todo me deleita.

A veces soy otoño en tus ramas y desvíos, y me hundo libre y deliberadamente en los matices de la melancolía, naufrago en la nostalgia y quemo mis naves para nunca más volver.

A veces soy invierno, desnudo y acatarrado, suspendido en el tiempo y holgazán, pensativo. Se me viene el miedo en bandadas, como hormigas de desasosiego que me suben por todas las cortezas mojadas; por todas las certezas apagadas y marchitas. El meollo se me cae y te olvido. Se me ahogan los conductos, se me atascan las acequias y la vida es una soga amarrada al cuello, una soga que aprieta fuerte.

A veces resurjo de mis raíces empujando, y me levanto a la vez que el sol, ansioso por ver el mundo desde arriba. Y entonces pesa poco mi sustancia, y cargo con ella sin lastre ni cansancio.

Hay veces, pocas, en las que pierdo pie y me resbalo. Y no hay ya suelo ni tierra a la que sujetarme. Y escarbo y no te encuentro. Y me quebranto y me desmayo, y un terremoto inmóvil vacía mis ramas y desgarra mis raíces. Aterrorizado, no sé hasta dónde me lleva este declive, y no tengo brazos para parar la caída. Y me derrumbo con mis musgos y mis aves, y mis canciones se transforman en aullidos que se me estancan en las gargantas de mil bocas desnutridas. Y trato de no caer sobre mi estirpe. Pero caigo; sin dominio, sin mando y sin gobierno.

Hay veces que reposo, derrotado pero libre, caído entre la hojarasca de mil otoños por llegar. Y me dejo decorar de verde, y se me suben las setas por la cara y por las manos quietas. Soy refugio de caracoles, soy árbol muerto que vive en las entrañas. Soy cadáver longevo de un gigante con pies de barro. Soy silencio eterno, sin distracción. Soy máscara inmóvil a la que le late el corazón demasiado fuerte. La savia se me escurre por los ojos y por los poros, hemorragia sin fin para un final que no lo es pero que a menudo lo parece. No se sujeta el sol y se me cae a los pies de mis horizontes infinitos. Y ya no hay ni bosques ni estirpes ni trinos. Solo el tiempo que gobierna y transcurre y va pudriéndolo todo. Y entonces quisiera ser solo tierra, volver a ser solo tierra olvidada y profunda.

Soy todas las vidas de un árbol. Pero se me perdió la primavera. Quizá anduve derrochando.

Ayer estuve escudriñando el viejo y ajado calendario malogrado. Y el año se acaba este año.

Volveré al principio. Eso al menos es lo que hacen los árboles.

Juan Goñi

Foto: El que escribe, junto al impresionante Roble de Orkin, por Felipe Noguera.

Música: Lito Vitale, «Los instantes recordados»… esa canción que tanto dice de mi:
https://youtu.be/dHpKUGPlYHI