Fe de vida

Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de orquídeas
en las calas olvidadas.

Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie de relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
o con la luz de todos los azules.

Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a un puñado de sal.
O de luz.

Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón -al fin- pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.

Del Libro de la mansedumbre

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Me he sentado en el centro del bosque

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.

He respirado al lado del mar fuego de luz.

Lento respira el mundo en mi respiración.

En la noche respiro la noche de la noche.

Respira el labio en labio el aire enamorado.

Boca puesta en la boca cerrada de secretos,

respiro con la savia de los troncos talados,

y, como roca voy respirando el silencio

y, como las raíces negras, respiro azul

arriba en los ramajes de verdor rumoroso.

Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce

sombrío de mis venas toda la luz del mundo.

Y yo era un gran sol de luz que respiraba.

Pulmón el firmamento contenido en mi pecho

que inspira la luz y espira la sombra,

que recibe el día y desprende la noche,

que inspira la vida y espira la muerte.

Inspirar, espirar, respirar: la fusión

de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.

Ebriedad de sentirse invadido por algo

sin color ni sustancia, y verse derrotado,

en un mundo visible, por esencia invisible.

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.

Me he sentado en el centro del mundo a respirar.

Dormía sin soñar, mas soñaba profundo

y, al despertar, mis labios musitaban despacio

en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce

se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».

Poema de Antonio Colinas poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Fotografía de María J. Leza © en la selva de Irati

Fe de vida

Fotografía María J. Leza

Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.

Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.

Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a puñado de sal.
O de luz.

Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –al fin- pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.

…***…
Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

XXIV

obra de Christian Schloe

Nunca jamás debiera hablar de aquella noche.
Recuerdo que la luna iba entre mar y cielo
transformándolo todo. La luna navegando
en tus ojos o tú navegando en la luna
que hacía de la noche un alba plateada.
La luna desvelando olvidados jardines
en las costas lejanas, poniendo fuego azul
en la nave, que iba extraviada de un lado
para el otro, con cuerpos dormidos en el aura
húmeda que inflamaba la soledad marina.
Ya no puedo hablar de tu cuerpo buscado
por la luna, olfateado por su ojo de sangre,
perseguido en la noche, tan herido, tan muerto.
Luna-presa eras tú cercada por mastines
de música, cazada entre mórbidos mármoles.
Luna muerta en los brazos del que te acariciaba.
Y, desde aquel nocturno, tú ya no serás nada,
pues nada puede ser quien ha estado ya muerta,
sublimemente muerta en la hora del límite,
en el instante aquel como un asesinato
en que Divinidad encanta a los mortales.
No sé si se movía la nave y junto a ella
el mundo; yo no sé si la luna bajaba
o ascendía tu cuerpo como una blanca hostia,
pues era muy profundo tu deseo de darte
a la noche, de ser, en su boca de estrellas
distantes, una diosa, un cuerpo desangrado
de diosa comulgado por el cielo abismal.

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

El camino cegado por el bosque

fotografía de María J. Leza©, en la selva de Irati

Créeme, no es piedad lo que siento por ti,
ahora que estoy lejos, sino un recuerdo herido.
Por ti y por el camino cegado por el bosque
que no pude seguir aquella noche joven,
perfumada y abierta como el cuerpo de un pino.
No es piedad, sino una sensación de fracaso,
de suave y entrañable dolor que nunca cesa.
Fuiste buena conmigo en mis días de entonces:
me diste cuanto soy, este veneno dulce
que me impulsa a luchar contra el mar, contra el tiempo
y contra el mismo amor de los que bien me quieren.
No es piedad, aún te busco en la noche perfecta,
deseoso, sediento de tus colores ácidos,
de tus estrellas frías, de tus ramas y ríos
helados tras los cielos del más hermoso invierno.
Te lo digo dolido y con los ojos húmedos,
aunque la mente esté segura, serenada:
no te pude tener más cerca, pues mis labios
llegaron a rozar tus nieves, tu horizonte.
No es piedad, créeme; sólo sé que una tarde
avanzada, profunda, descendí de aquel monte
puro y purificado como un fuego de junio.
Creí volver a ti definitivamente
y me encontré el camino cegado por el bosque.

«Astrolabio» 1975 – 1979

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

En San Isidoro beso la piedra de los siglos

Basílica de San Isidoro en León, España

Aquí sólo se siente la piedra sobre el pecho.
Aquí sólo se escucha el silencio sonoro.
Enclaustrada quietud, enrarecido aroma
que el tiempo acumuló, que los ropajes sobrios
y el incienso dejaron rancio para los siglos.
Tumbas de eternidad, cansadas tumbas rotas,
roídas por las uñas, manoseadas, llenas
de muerte hasta los bordes. Tumbas ennegrecidas.
Dintel cansado, recios frescos en las arcadas,
acumulad el tiempo, repetid los instantes
que se fueron gastando entre sonoros rezos,
que embalsamó la cruz, que unos pasos poblaron.
Aquí en San Isidoro hoy pesa más la piedra,
arde el hierro, resiste la pasión de otros días.
Hoy la muerte persiste obstinada en las tumbas,
es personaje único donde el labio se posa,
frente donde los besos repiten sus susurros.
Enrarecido aroma, aire que respiramos
como algo nuestro, sangre de nuestras propias venas
perdura en estas piedras que el hombre socavó
a golpe de cincel, de corazón transido.
Que siempre dure el tiempo bajo estos muros fríos.
Que el pasado resuene en estas tumbas toscas.
Que siempre esté la muerte presente en nuestros labios,
posada en nuestros labios, sonando en nuestros besos.

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

IX

Vivir, amor, tendidos junto al lago
como el junco a la orilla del arroyo;
sentir las aguas claras y sentirte
discurriendo muy pura ante mis ojos.
Amor, suplica el labio estremecido,
los labios que te buscan temerosos.
Amor desde la nada hasta la nada,
desde aquel sueño nuestro sin retorno.
Quizás te has ido lejos para siempre
dejándome penando en lo más hondo.
Te has ido y la mirada se ha quedado
herida, ¡y tan herido cuanto toco!
Ven hasta aquí, retorna hasta este espacio
del que huyeron los pájaros del gozo.
Apenas si, al calor de los recuerdos,
quedan ya trinos claros, armoniosos.
Vivir, digo creyendo en la esperanza.
Vivir, amor, soñarte desde el fondo,
subir hasta tus labios, despertarme
soñando con ser sueño de tus ojos.

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Fantasía y fuga en Santillana del Mar

santillana del mar leon
León de la colegiata en Santillana del Mar, fotografía de María J. Leza

Oigo como un rotundo tronar de capiteles
¿Abrirá tras las lomas el mar grutas azules?
Crece el musgo en las uñas de los leones de piedra.
Las ballestas apuntan al vientre de los niños.
El pueblo es un gran árbol de piedra retorcida
y la lluvia no cesa de suavizar su lomo.
En el aire un aroma enfermo de eucaliptos.
Guardaré todo el sueño de esta noche en mi pecho
y volveré a pensar en las hortensias húmedas
del jardín, en la hierba medieval de los claustros.
Monstruos de las arcadas, abrid bien vuestros ojos
abultados, sabed que también yo soy duende
y sé de sortilegios y de milagrerías.
Fresquísima es la boca de la noche en las gárgolas.
Viene un ciervo de piedra a beber en la fuente.
Huele su piel a azufre, a aire marino, a yedra.
Se yergue suntuoso como un rosal, es ciego
y suenan sus pezuñas de plata en cada losa.
Mil veces lo han herido de muerte por los bosques
y otras tantas lo han visto desde las celosías
inclinar en la fuente su cabeza sonámbula.
Qué angustia recordarme sin balcón en la noche,
sin navío de piedra surcando las higueras,
el maíz primitivo, los paganos cipreses.
Guardaré todo el sueño, la belleza en huida
y seguirán las rosas de herrumbre tan lozanas
floreciendo en las verjas como negros halcones.
Sí, volverá el milagro de la lluvia otra noche
con el son enlutado, hondo, de la vihuela,
con las yeguas en celo piafando en las cuadras,
con el bello ajimez prieto de ruiseñores.

Guardaré, maga amiga de sienes de violeta,
el sabor de tus labios hechizados a muerte.

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Un libro de infancia

niño volando libro

Padre: tú me trajiste un día
de un viaje
un libro de cuentos de Andersen.
Yo era entonces un niño
enfermo en su lecho;
yo no era un lector
ni era un poeta.
Sólo era un niño
muy pequeño y enfermo
que intuía otros mundos
cuando veía temblar
de noche, en las cortinas,
sombras negras.

Pero llegó la luz
a mi vida, pues olvidar no puedo
el placer que sentí al recibir
el libro entre mis manos.
Y no era porque fuese un regalo,
no era por el don, feliz, de recibirlo.
Era quizás porque en el libro aquel
tú pusiste un mundo
con tus manos
en mis manos.
Y se llenó de luz la habitación,
y ya no había seres misteriosos
que me atemorizaran al temblar
de noche las cortinas.

Y recuerdo muy bien
que, antes de abrir las páginas del libro,
ya sentí en mi interior un sublime placer
que describir no puedo.
Luego, salí a los campos y sané,
pero perdí el libro,
y con él se perdió
mi infancia
y aquel placer incluso de sentir
que hay otra realidad:
ésa en la que aún yo creeré
por siempre,
aunque jamás la vea.

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Letanía del ciego que ve

hombre, esperanza

Que este celeste pan del firmamento
me alimente hasta el último suspiro.
Que estos campos tan fieros y tan puros
me sean buenos, cada día más buenos.
Que si en tiempo de estío se me encienden las manos
con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno
los sienta como escarcha en mi tejado.

Que cuando me parezca que he caído,
porque me han derribado,
sólo esté arrodillándome en mi centro.
Que si alguien me golpea muy fuerte
sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo
de la fuente serena.
Que si la vida es un acabar,
cual veleta, chirriando en lo más alto,
allá arriba me calme para siempre,
se disuelva mi hierro en el azul.
Que si alguien, de repente, vino para arrancarme
cuanto sembré y planté llorando por las nubes,
me torne en nube yo, me torne en planta,
que sean aún semillas mis dos ojos
en los ojos sin lágrimas del perro.

Que si hay enfermedad sirva para curarme,
sea sólo el inicio de mi renacimiento.
Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,
amor venza a la muerte en ese beso.
Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,
que si cierro la boca para decirte todo,
y dejo de rozar tu sangre ya sembrada,
que si cierro los ojos y venzo sin luchar
(victoria en la que nada soy ni obtengo),
te tenga a ti, silencio de la cumbre,
o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo.

Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.
Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad, y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.

Y su fuego
me vaya deshaciendo como llama
de vela: despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.

Antonio Colinas, 1946 La Bañeza, León. Poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.