En lenta cacería del ángel de las cosas;
despacio, como el sorbo de un vino delicado,
embriagando un suceso que no termina nunca:
el alma, o la llegada de todas las presencias
donde nos redimimos, haciéndonos dolor
de un gozo lentamente llamado pensamiento.
El gozo de doler aquello que más quieres
pronunciar, y te espera como un sagrado vértigo
de guijarros puliéndose con lo que no sabrás
totalmente decir; recodos que conducen
a esa duda temible
y frutal: ¿en dónde empieza
y acaba la belleza…?
Si deprisa la sangre,
despacio ese latido:
el pensamiento, ese fulgor de cera virgen
que te inquiere y despierta, te reconstruye erige
el ser en la paciencia de andar el laberinto
del vivir y, al andarlo y vivirlo, ir entendiendo
que más sabroso aún que escapar de su dédalo
es hallarlo y entrar en sus profundidades.
Y nacer de la luz que espera ser creada
del polen de un asombro nunca tan imperioso,
jamás tan auroral de verbos deseados,
nunca tan prometido su triunfo de asamblea
de vidas dialogantes, de oxígeno del ser
superando distancias, el vuelo de pensar
que jamás envilece a las cosas, las consagra
en un despierto sueño
por donde baja el hombre a sí mismo y se atreve
a destapar quién sabe qué incógnitas y gusta
esa inclemencia fértil de agotar sus crisálidas.
El pensamiento, o cómo meditar este beso
euskaldun que nos pone una boca incansable
de sonrisa miniada con pericias de historias;
un beso entre murallas que al besar no lastiman
las piedras inclinándose a distinguir las voces
de los ecos; amor, más que sentido,
padecido de celos de ocultos manantiales
ordenando la sangre, corrigiendo las rosas
que tuercen su cintura cuando se vuelve ausencia
el sentido del mundo y no respira aljibes
lloviendo en los desiertos de nuestras paganías.
El pensamiento. Nadie habrá de desmontarlo
de esta brisa vestida de paciente Penélope
-quiero decir Iruña, Pamplona inmensamente-
tejiendo itinerarios
donde meter los dedos en llagas de la piedra
que no piden cerrarse sino abrirse a un idioma
transcendental y cumbre de cálidas metáforas
románicas, adjetivos del gótico, sintaxis
para el sancta sanctorum de su pecho: ebriedad
pensante, admonición, industriosa caricia
de salmo y judería en ruas que recogen
el gesto de un distinto, un robusto acontecer,
en que la voz del mundo se confiesa de nieblas
y se duele de sombras y, en su arrepentimiento,
reza cristal, kasidas, breviarios del mosaico
que el sentimiento piensa con los párpados prietos
de ceguera imposible, sencillamente espléndida.
El pensamiento, ese fulgor de cera virgen,
a cántaros su abeja, su obrero corazón,
en lenta cacería del ángel de las cosas
el alma, o la llegada de todas las presencias;
bastión o ciudadela
subiendo los latidos cada uno a su sitio,
y todos donde todo se une como un riego
de legibles caminos que no turban ni ofenden
las cuatro letras hondas de la palabra ayer,
las seis solemnes letras con que decir futuro,
con las que hoy medito
lo que parece bruma y acaba siendo espejo.
de Ciudadela, II
Carlos Baos Galán, (Almodóvar del Campo, Ciudad. Real, 1933 – Pamplona, 2009)
Poeta y licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Desarrolló una destacada labor de promoción cultural, como colaborador en radio y prensa escrita, cofundador del Grupo Literario Guadiana, de Ciudad Real. Miembro del consejo editorial de Medialuna Ediciones de Pamplona desde su fundación en 1990. A partir de 1995 fue director de la misma. Ganador de numerosos premios en juegos florales, certámenes y justas poéticas.
Consiguió diversos galardones entre los que destaca el accésit del Certamen de Escritores Iberoamericanos de Nueva York, el II Premio Vicente Aleixandre de Madrid y los premios Ciudadela, Arga (Pamplona), Fiesta de las letras (Ciudad Real), Ciudad de Ponferrada, Alcaraván (Arcos de la Frontera) y Amantes de Teruel.
Con el libro Con más poder que el tiempo ganó el premio de poesía «Juan Alcaide», en 1995. La revista Litoral abrió con sus poemas un número dedicado a la poesía vasca contemporánea (205/ 206)