Y fatigado de este pensamiento,
abrevió su frugal y triste cena,
llamó al ventero sin ninguna pena
y encerrose con él por un momento
en la caballeriza y de rodillas
se hincó ante él, diciendo: «—No me voy
jamás a levantar de donde estoy,
valiente paladín, si no me pillas
y me otorgas con toda cortesía
el don que hoy a pedir mi voz alcanza,
el cual redundará en vuestra alabanza
y del género humano a cada día».
El ventero lo vio a sus pies rendirse,
escuchó semejantes sinrazones
y confuso pensaba: «¿Dar qué dones?»
No sabía qué hacer ni qué decirse.
El ventero porfiaba y le pedía
se levantase; mas no quiso oír,
hasta que hubo el ventero de decir
que le otorgaba el don que le pedía.
«—No esperaba yo menos, señor mío,
de la gran magnificencia vuestra
–respondió don Quijote–. Me demuestra
que es magnánimo y tiene poderío,
y así os digo que el don que os he pedido
y de vuestro esplendor me ha sido dado,
es que mañana me dejase armado
caballero cual otros que he leído.
Esta noche, señor, en la capilla
de este castillo velaré las armas;
y mañana, con todas las alarmas,
cumplirá lo que pido de rodillas.
Me armará caballero en un segundo
para poder, como se debe, ir
a buscar aventura y combatir
por los cuatro costados de este mundo.
Iré en pro de los menesterosos,
como es deber de la caballería
y de los caballeros. Estaría
dispuesto a pleitos harto peligrosos».
El ventero, que como ya está dicho,
era algo socarrón, y que tenía
barruntos del delirio que sufría
el huésped de la adarga y el capricho,
acabó de creerlo al escuchar
semejante razón, y por reír
aquella noche, decidió seguir
el humor, refrenando el carcajear;
y le dijo que andaba muy acertado
en lo que deseaba y le pedía,
y que tal prosupuesto de hidalguía
era propio de un hombre preparado
tal como él parecía y se mostraba,
y que, asimismo, cuando él era mozo
se había dado al ejercicio honroso
de andante caballero, y siempre andaba
en diversos lugares muy lejanos
buscando sus venturas y aventuras,
sin que hubiesen faltado las llanuras,
ni percheles de Málaga en sus manos.
Y díjole también que en su castillo
no había una capilla en que poder
velar las armas, pues la iba a hacer
nueva, distinta, con más luz y brillo;
pero que en caso de necesidad
él podía velarlas dondequiera,
y esa noche podría, si quisiera,
velarlas de su patio en la mitad,
y a la mañana, siendo Dios servido,
se haría la debida ceremonia
de forma que con grave parsimonia
quedase en caballero convertido.
Preguntó si traía los dineros.
Respondió don Quijote que ni blanca,
pues no había leído (frase franca)
en las historias de los caballeros
andantes que ninguno los trajese.
Y a esto dijo el ventero: «—Engaño ha sido,
si en los libros no está es que ha parecido
a los autores o a quien lo escribiese
que no era menester poner escrita
una cosa tan clara y necesaria
como el dinero o la camisa diaria
que todo caballero necesita,
mas no por eso había de creerse
que nunca los trajeron; dé por cierto
que todo caballero es un experto
en autoalimentarse y mantenerse.
Por esto le aconsejo en sus salidas
(como a un verdadero y noble ahijado)
que no ande sin dineros, tan menguado,
y sin las prevenciones referidas».
Autor: Alexis Díaz-Pimienta
Fragmento del libro En un lugar de la Mancha, con ilustraciones de Roberto Fabelo (Editorial Gente Nueva, La Habana, 2004)