(A Antonio Machado)
«Tienen alma los campos de Castilla»
nos dijo tu palabra -transparencia-,
tu palabra esencial, vivido tiempo,
al contemplar las sierras casi azules.
El ígneo sol, a veces, te cegaba
y el buitre fue alejándose sin verlo.
Subías pedregales, jadeando:
montaraces olores respirabas
por los senderos blancos o las quiebras.
La primavera en Soria, humildísima,
verdeaba en el Duero…
Un antiguo juglar por sus riberas
imaginabas tú romanceando.
Las encinas también te conmovían
en altonazos, pardas. Mas los chopos
eran liras dilectas que temblaban
junto al agua caudal o sus remansos,
con sus rumores altos y suavísimos,
con vibraciones líricas, sensibles.
Y los campos soñaban juntamente
con tu alma andaluza y castellana.
Recrecía tu sombra al ir cruzándolos
con polvorientas ropas y ojos tristes.
Caminaba el paisaje al ir contigo
y soñaba también tu mismo sueño:
la tristeza era amor que unificaba
la tierra con el alma y sus imágenes.
El presente y pasado confundían
sus colores, su luz y su tristeza.
Melancólicos versos ya brotaban
de tu sombra interior , estremecidos.
Escuchaban los álamos tus coplas…
¡Tienen alma los campos de Castilla,
y la tuya los lleva dentro siempre!
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Concha Zardoya (Valparaíso, Chile, 14 de noviembre de 1914 – Madrid, España, 21 de abril de 2004) escritora chileno-española. De padres españoles de Navarra y de Cantabria. Cuando cuenta con diecisiete años, la familia se traslada a España, primero en Zaragoza, luego en Barcelona y, finalmente, se instala en Madrid, donde ella inicia sus estudios de Filosofía y Letras, abandonándolos para estudiar un curso de Biblioteconomía en Valencia. Allí trabaja en Cultura Popular, institución en la que organiza una biblioteca y muchos actos culturales en hospitales, en fábricas y en la radio. Su único hermano muere en el frente defendiendo la República.