
Empecé en el campo
a construir dos barcas.
Una para el viento
otra para mí
nací desnuda
para pasar de barca a barca:
surcos allí donde dormía
surcos aquí donde ya no duermo,
surcos que prolongan la existencia
de mis brazos.
Bajo el sol
mi cuerpo al atardecer
con futuros poemas cubriendo
un canto especial de mariposa.
Reñía y saltaba
como los peces
y tenía un rincón para escribirme a solas
de niña a niña.
Y me perdía ya
por donde voy ahora
sin saber que era el viento contra mi ave
o la barca a punto
de convertirse en viento.
Entonces
no tenía entraña mi palabra,
era un espléndido cautiverio
de sol y hechizo y palabras
sin despertar del todo el misterio de un pozo
que llevaba entre enredaderas.
Mi primer poema
lo dediqué al junco,
a la veleta en el horizonte,
a mis perros que ya corrían para alcanzarme
y morder de mi gaviota.
Mis sueños confundían los rincones de la casa
o eran las esquinas puntos bellos
para nacer
o labrar un verso a la sombra.
Recorría eras,
y un pantano de color gris
cuando empezó mi amistad
con la gaviota
o palabra mía
que picoteaba mi frente.
Mi amor había caído en paz
como la prolongación del sueño
y veía a la hormiga
y ya podía pensar «lleva luto»
o me entristecía la higuera
abiertos sus frutos a cualquier insecto.
Sus frutos que aún no eran mis senos
olían a prisa
de crecer y entristecerme.
Ya entonces tenía poemas,
poemas ocultos
como los de tantos niños
que se esconden de sí
y escriben su llanto
en la primera mirada a su sexo.
Pero tenía estos y otros poemas,
llevaba un pozo de enredaderas
y el cautiverio de la palabra.
Hasta que un día dormí
con mis brazos
definitivamente abiertos
para decir mis cosas
en el poema que llevaba
a flor de esta boca caliente.
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Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres, 1947) poeta y gestora cultural española, premiada con el premio Adonáis en 1970 por Lugar común. Su obra ha sido traducida al inglés y al alemán.